Como en Sur, el tango inmortal de Homero Manzi, la muerte hizo renacer en el adiós definitivo y eterno los nombres señeros de tres personajes del deporte guayaquileño. En menos de una semana, la “mueca siniestra de la suerte” (¿o de la muerte?), como dice la letra de Sus ojos se cerraron, nos privó de su compañía y de su ejemplo. Pasaron de pronto a ser solo el recuerdo de una época de triunfos que refulgen en medio de la miseria que azota al deporte guayaquileño, a despecho de la publicidad interesada que gastan los dineros en embadurnar con pintura estadios y coliseos que un día ya lejano albergaron a multitudes para aplaudir a campeones –que hicieron de Guayaquil la “capital deportiva del Ecuador”– y que hoy sirven como discotecas o templos para la prédica embaucadora de milagreros, ajenos a toda idea del deporte.