Veíamos la previa del choque entre la Real Sociedad y el Inter de Milán. El coqueto estadio Reale Arena vibraba rebosante de público como nunca. La Real volvía a Champions después de diez años y el orgullo donostiarra rezumaba en el fervor de su gente; miles de banderas albiazules flameaban. El marco era maravilloso: el colorido, la pulcritud, el perfecto césped de un verdor que cegaba, todo dentro de un orden y una prolijidad encantadores. ¡Qué cuadro…! Y aún no salían los equipos. Luego hubo partido que terminó en empate a uno, pero el espectáculo ya lo había garantizado la puesta en escena. La Champions obliga a vestirse de gala.