La eliminatoria sudamericana va volviéndose cada vez más aburrida. Es la única en el mundo en que se juega para decidir no quiénes van a la Copa del Mundo 2026, sino quiénes se quedan fuera. Aparte del estropicio de que a la fase final accedan 48 países (cuando yo empecé a interesarme en los mundiales eran solo 16) y la FIFA no estaba tan contaminada con la avidez y la codicia que la infectaron después. Los cupos subieron a 24, a 32 y hoy son 48.
Desde 2050 serán -me atrevo a pensarlo- 120 países los que disputen la fase final; se jugará en diez naciones y durará la competencia seis meses. En Sudamérica ya no se jugarán eliminatorias porque clasificarán los diez países y tal vez esté maquinándose divisiones como las que se produjeron en Europa con la UEFA que en 1980 tenía 32 países afiliados y veinte años después eran ya 55 como producto de la dispersión de una república en varias naciones soberanas. Todo es producto de mis elucubraciones que estoy seguro no distan de la realidad que viviremos en el futuro.
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Argentina aparece como una selección fuera de serie y lidera la tabla de posiciones sin apremio. Colombia también aparece como seguro clasificado a menos de que ocurra una catástrofe. Uruguay está tercero gracias a los puntos que acumuló antes de la Copa América, pero presenta un enorme decaimiento técnico, físico y anímico que le será difícil superar. Brasil intenta resucitar de su letargo con una formación que está olvidada de la historia y las tradiciones de un fútbol que supo ser cinco veces campeón del mundo.
Ecuador está en el grupo que lucha por llegar a la clasificación directa, pero lo alcanzó Paraguay. Ambos tienen la acechanza de Bolivia y Venezuela que prometen dar guerra hasta el final. Chile y Perú corren en descarte, como dicen en el idioma hípico que dominan María Eugenia y Vicente López Cañarte con su compadre Xavier Muñoz Avilés.
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Lo de la Selección sigue siendo deprimente: apenas dos puntos de seis posibles en sus dos salidas, con Paraguay como local y con Uruguay de visita. En ambos partidos las figuras de la cancha fueron retaguardistas. Con los guaraníes se eligió como figura a Piero Hincapié, el zaguero central, y con los charrúas, al arquero Hernán Galíndez, por sus atajadas salvadoras, si bien se pudo elegir igual al parante derecho en el que se estrelló un cañonazo que, de media vuelta, despidió Darwin Núñez.
Lo que Ecuador evidenció en esos 180 minutos en Quito y en Montevideo fue más de lo mismo: un arquero seguro, una línea de cinco en la que brilla Hincapié, en menor escala Torres y Pacho, y mucho menos Estupiñán y Preciado. En el medio campo todo es pampa, allí pueden cabalgar Tom Mix y su potro Tony y el Llanero Solitario con el recordado Plata. De nada vale esconder la realidad para engañar a incautos. Moisés Caicedo no es la estrella que nos vende la publicidad contratada por sus empresarios. No marca, pega, y las amarillas lo pondrán afuera de la alineación contra Bolivia. No recupera, a veces obstruye, pero de inmediato mira hacia atrás para pasar el balón. No tiene facultades para crear; de repente suele llegar al área, pero no es compañía para ningún atacante por una simple razón: no hay delanteros.
Ya sé, me dirán: “¿Y cómo explica usted que hayan pagado tanto por su pase?”. Yo diré: no es cuestión de milagros, sino de negocios que muchas veces están lejos del césped y algún día saltará la liebre. Los otros que aparecen en la alineación como volantes son simples rellenos. Y Kendry Páez sigue siendo una promesa, aunque cada día él mismo se encarga de que le crean menos lo que promete. Nada justifica su titularidad, pero hay ciertas circunstancias llamadas “variables” que el técnico Sebastián Beccacece o los de Independiente del Valle podrían explicarlas mejor.
Hay una consecuencia de las mediocres actuaciones de la Tricolor que me ha provocado admiración. Ustedes saben que unos muy escasos colegas y yo hemos criticado desde el primer día aquel esperpento de ‘generación dorada’ que les etiquetaron a los jugadores que hasta hoy no han ganado un solo título ni han realizado campaña alguna que deje una huella imperecedera. Esto dije en una de mis columnas hace mucho tiempo: “¿Qué han hecho nuestros jugadores para que los aplaudidores de siempre llamen ‘generación dorada’ a nuestra Selección? Nada. La nada más absoluta hasta hoy. Llegaron a Qatar 2022 porque hoy las eliminatorias se juegan durante tres años en 18 partidos, no como hasta antes de 1998, cuando se definían en un mes en cuatro partidos, con dos o tres cupos para Conmebol. El periodismo crítico, sin compromisos dirigenciales, tiene el deber de frenar tanta exageración ridícula y sospechosa. El optimismo debe basarse en realidades, no en sueños de perro, parodiando a un maestro vicentino que usó la fuerte expresión cuando incursionó en la política”.
Me condenaron en algunos programas radiales y de televisión. Si hubiera presentado una solicitud de credenciales en la FEF para algún torneo, alguna empleada de tercera categoría hubiera recibido la orden de negármela por “conducta antipatriótica”, como ya lo hicieron con un colega de este Diario.
Mi respuesta en otra columna fue esta: “El rendimiento de la Tri no es todo lo bello que nos vende la televisión. Todo lo que nos cuenta a cada minuto del partido está destinado a vendernos un ‘torpedo’. Es una trampa emocional en la que cae una gran cantidad de personas que creen más en el cuento que en la realidad. Hemos sido severos al proponer en este Diario la realidad que vemos, sin compromisos con el entorno dirigencial al que un sector del periodismo teme o se adhiere en busca de ‘favores logísticos’. No es muy simpático para los que ejercen el poder que se les niegue el aplauso que piensan que merecen o que han negociado. Pero antes que agradar está el compromiso ético con la verdad, que es lo que esperan quienes nos leen. (…) Para ejercer la crítica periodística con apego a la verdad y con independencia no hemos usado nunca el inflador. A veces esto no es del agrado de los que ostentan el poder ni de los súbditos criollos con que cuentan en los medios de comunicación. La libertad de exponer lo que creemos que es la verdad también produce una reacción agraviante en esa letrina que suelen ser las ‘redes suciales’.
Es el riesgo del periodismo libre, autónomo y ajeno a intereses mercantiles”. Les hablaba de la sorpresa que recibí luego del partido contra Uruguay. Los que inventaron a buen precio eso de la “generación dorada” reconocieron que tal remoquete es un invento; un error, aunque no mostraron arrepentimiento. “La verdad es que la Selección no juega a nada”, confesaron con un dejo de tristeza. (O)