No es un fenómeno aislado la ausencia acentuada de público en los estadios; es recurrente en toda América Latina y en parte de Europa. En noviembre de 2024 se realizó una jornada contra el fraude audiovisual en Latinoamérica, en Buenos Aires, a la que acudió Miguel Ángel Loor, presidente de la Liga Pro. El foro trató la piratería como factor explicativo de la baja afluencia de aficionados en las graderías. Fue lo que los oftalmólogos llaman “visión monocular”, es decir, la capacidad de ver con un solo ojo. Hay muchos otros factores que explican la debacle, pero son poco abordados por los dirigentes porque prefieren eludir la culpa que tienen sobre las verdaderas causas.
No hace mucho rato que, mientras caminaba por una acera del parque Seminario, vi venir una dama de edad provecta. Al principio no la reconocí, pero su recuerdo me llenó apenas fue acercándose. Pasó a mi lado; no me reconoció. Sus pasos eran cortos; su espalda lucía un poco encorvada; gruesos lentes ocultaban sus ojos verdes antaño brillantes. El milagro de la memoria me permitió sentir sus manos delicadas, su cintura breve, la levedad de sus pasos acompasados que dejaban que la guiara en un pasodoble. Parecía el vuelo de una mariposa cada vez que giraba en la pista del Vicente Rocafuerte. Era la más guapa, la más codiciada en cada pieza musical, la reina sin corona de la Semana del Estudiante. Hoy el tiempo la había desarreglado un poco, pero ella quedaba invicta en el recuerdo.
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“¿Qué es lo que pretende Vasconcellos con este relato romántico?“, se preguntarán los lectores. La metáfora de la chiquilla (todo es real) vale para explicar por qué no voy a los estadios en Guayaquil. Y mis razones tal vez sean las mismas de miles, decenas de miles o cientos de miles de seguidores del fútbol. Eso que veo hoy en los estadios del país dista mucho de lo que vi desde 1952 en el viejo estadio Capwell, el Modelo y los años iniciales del Monumental; está muy lejos de aquello que me enamoró desde niño. No se sabe quién preparó el primer brebaje envenenándolo todo; lo cierto es que no es reciente, aunque ahora se lo haya industrializado. Hoy, todo es imagen, virtualidad, concepto, abstracción, derechos, discurso seudoperiodístico y, principalmente, dinero, limpio y sucio, desviado o impago. De fútbol, nada. Fútbol propiamente dicho hay cada vez menos, tanto que el juego en sí poco parece interesar.
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El fútbol fue para muchas generaciones “la recuperación semanal de la infancia” a la que aludía el escritor español Javier Marías. Aclaro lo de escritor porque algunos de los fatuos integrantes de “la generación idiota” van a confundirlo con el futbolista argentino Ángel Di María. Para los que vivimos ese fútbol, es ya irrecuperable ver algo que se parezca a aquellos “partidos de hacha y tiza” a los que se refería Chicken Palacios entre hombres que eran cracks o cracks que eran hombres, o eran las dos cosas. Todo era euforia y alegría. Espectáculo en la cancha y satisfacción en las graderías. ¿Quién no recuerda los cabezazos de Sigifredo Chuchuca, Carlos Raffo o Alberto Spencer, los desbordes del Loco Balseca, el Venado Arteaga o Colectivo Spencer, las atajadas del Flaco Bonnard, Cipriano Yulee o Pablo Ansaldo, los precisos pases de Pata de Chivo Pinto y Pelusa Vargas, los quites limpios de Julio Caisaguano y Carmelo Galarza, la clase del Mariscal Gonzabay y el Ministro Lecaro, la bravura de Luciano Macías y de Raúl Arguello y la habilidad zurda de Guido Andrade y Clímaco Cañarte? El Capwell reventaba para ver al Quinteto de Oro de Barcelona con Jiménez, Cantos, Chuchuca, Vargas y Andrade, o al Ballet Azul de Balseca, Pinto, Raffo, el Pibe Larraz y Bomba Atómica Guzmán. Los tiempos del Modelo son imborrables. Casi 50.000 hinchas para ver el duelo de arqueros entre Helinho y Magerreger o a los Cinco Reyes Magos de Balseca, Bolaños, Raffo, Raymondi y el Pibe Ortega, midiendo a esa gran delantera que formaron Muñoz, Helio Cruz, Reyes Cassis, Moacyr y Tiriza, y a la Cortina de Hierro de Quijano, Lecaro, Macías y Bustamante.
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Todo el espectáculo terminó cuando la mercadotecnia se apoderó del fútbol. Un día se fueron los dirigentes que amaban a sus clubes y vinieron los vividores ávidos de publicidad, negocios y dinero. La cicuta había sido ingerida y recorrió todo el cuerpo del fútbol, hinchado por fantasiosos anabólicos inyectados por un periodismo adicto y tarifado. El marketing sin producto no sobrevive en el largo plazo y hace décadas que cada vez hay más mercadotecnia y menos producto. Ya no hay jugadores de clase y juego de calidad.
La gente no va a los estadios porque no le gusta lo que se ve en el césped. Planteles apenas regulares y la mayoría malos. Futbolistas que en gran número son pateadores disfrazados. Contrataciones extranjeras que nadie conoce y que ganan sueldos propios del fútbol europeo. No ha vuelto a verse un Basilio Padrón, Héctor Pedemonte, Carlos Gambina, Henry Magri, Lucio Calonga, Roberto Ortega, Tiriza, Pepe Paes, José Omar Reinaldi, Víctor Epanhor, Toninho Vieira o Saldivia. Moacyr, José Daniel Valencia, Jairzinho y Marcelo Trobbiani fueron campeones mundiales con sus selecciones y jugaron en nuestro fútbol. ¿Cuáles de los futbolistas de hoy están al nivel de ellos? Hoy se contratan “refuerzos” que cuesta un gran esfuerzo aceptar que alguna vez jugaron al fútbol y eso exige “maquillar” los contratos para justificar sueldos exorbitantes e injustificados.
Ir al estadio es una prueba de supervivencia. La alegría y regocijo terminó el día que los dirigentes de los clubes alentaron la formación de “barras” que se transformaron pronto en bandas delictivas, agresivas, escandalosas e insultantes, dirigidas por cuchilleros y traficantes que asaltan, hieren y matan con impunidad. No van a ver el fútbol. Van a entonar cánticos soeces, agitar banderas, soplar cornetas, batir tambores y cazar a quien tenga una camiseta distinta a la que ellos lucen. Los “escogidos” por su ferocidad se convierten en guardaespaldas de los directivos de turno. ¿Ignoran todo esto quienes integran la Ecuafútbol y la Liga Pro? Indudablemente, no; son todo, menos inocentes.
El público en general sabe que el fútbol como espectáculo y diversión sana ya no existe, al menos en nuestro país. Todo es correteo, puntapiés, simulación de lesiones, reclamos al árbitro. Nunca un túnel, una gambeta, una palomita, una jugada genial, un gol de antología. Tal como yo, la gente prefiere ver un partido de equipos extranjeros que uno del campeonato nacional, tan aburrido y desigual, y quedarse en casa antes que arriesgar la vida en una tribuna o a la salida del estadio.
Me quedo con el recuerdo de aquellos jugadores que amaban el fútbol y sus divisas; que salían a ganar siempre sin las tácticas castradoras de la inspiración que campean hoy. De los arqueros que atajaban sin guantes; de los jugadores que llegaban en bicicleta con un maletín cosido en casa y entregaban el alma en la cancha sin presumir de “mundialistas”. (O)