Digo nostalgia por esa añoranza de los lejanos recuerdos de tiempos felices, de disfrute pleno de aquello que amábamos: los juegos infantiles conocidos o inventados por los muchachos de entonces en ese campo ideal que era nuestra calle, convertida hoy en una cicatriz marcada por el puñal de la Metrovía; o esa pampa terrosa de La Atarazana, donde armábamos nuestros propios ‘clásicos’. Los de Pedro Moncayo y Clemente Ballén, con Lizardo Morales, Pepe Vasconcellos (quien se apodaba a sí mismo Clímaco y después Verdesoto) Mickey Cordero y este columnista, contra los de Ballén y Pío Montúfar, con sus cracks: Killo, Pellín y Lalo Merchán, y Pachín Orellana. Partidazos que están en nuestro inextinguible recuerdo, por más que algunos personajes se hayan marchado para siempre o estén en inalcanzables lugares del mapa. Lo leí una vez en El Gráfico y me emociona releerlo tal como está escrito en una vieja libreta que guardo en el desván de las reminiscencias: “Porque la infancia-adolescencia, sobre todo cuando uno la reconstruye sacándole lo que no fue lindo, tiene olor a pelota de cuero recién regalada, al sonido seco de un taponazo que precede como un trueno a la tormenta que grita el gol”.