No hay que “jugar para él”, él juega para todos. A su increíble ligereza le suma una gambeta indescifrable: pica, frena, engancha, vuelve a picar, frenar y enganchar, sale por afuera, se clava en seco y arranca para el otro perfil. Y siempre encarando con energía, con ambición. Les rompe la cintura a los marcadores. Si va por la raya es para desbordar y hacer el centro de la muerte, si recorta hacia adentro saca el latigazo al arco. Un infierno para las defensas. ¡Y la velocidad…! Mohamed Salah es una flecha humana. El suizo Murat Yakin, su entrenador en el Basel FC, al comienzo de su carrera europea, sostiene convencido que Salah “podría competir en una carrera con Usain Bolt”. Tiene una partida demoledora y un tren sostenido; llega una milésima antes que los rivales, pellizca la bola y se la lleva. Y no es un simple velocista. “Con futbolistas veloces he jugado. Pero él es veloz, técnico y además hace goles”, dice Alino Diamanti, quien fue su compañero en la Fiorentina.