Podría haber sido mariscal, emperador, canciller de Alemania, presidente de Mercedes Benz o de Lufthansa. Lo que hubiese querido. Corporizaba la confiabilidad, eso que nos inspira cualquier producto alemán. Poseía el don del liderazgo, la templanza y la serenidad aunados a la elegancia. Es una marca registrada del deporte universal, el sinónimo de una nación (de las grandes). Franz Beckenbauer fue el Beethoven de la pelota, o tal vez Beethoven el Beckenbauer de la música. Su presencia engalanaba cualquier acto de la FIFA o la UEFA, si acudía a un partido la cámara lo enfocaba en el palco. Encarnó como nadie el prestigio. Desde su juego, desde su comportamiento y desde su porte señorial. Los ingleses, con un producto así, hubiesen vendido millones de poleras, tazas, bufandas, gorros, libros...