Como si el fútbol no estuviera ya suficientemente complicado con las manos que son y las que no, los alargues escasos o exagerados, los fuera de juego que sí o que no, el International Board ha dado vía libre a probar una modificación fundamental al reglamento: la tarjeta azul. ¿Qué sería…? Una expulsión temporal de 10 minutos para quien evite con falta una situación prometedora de gol o para el que proteste excesivamente al árbitro. Pero, en ambas situaciones, que no alcancen como para tarjeta roja. Eso sí, dos cartulinas azules determinarían recibir una roja, igual que dos amarillas. Lo mismo si se da una azul y una amarilla. La FIFA rápidamente le bajó el tono al anuncio y aclaró que se experimentará en categorías muy bajas, como diciendo “no teman, esto es muy loco y pueden pasar años hasta que lo aprobemos. Si lo aprobamos…”. Pero la idea se echó a rodar y está en fase de análisis.

Antes que la tarjeta azul o cualquier otra extravagancia que recargaría y complicaría aún más la labor arbitral, la FIFA y el International Board deberían ocuparse del VAR, que está dirigiendo el fútbol y es el único gran fiscal del juego, rol que le quitó al árbitro. Cuando se aprobó el VAR, fuimos sus más acérrimos defensores, es un recurso tecnológico maravilloso para reducir el margen de error y, esencialmente, para hacer justicia. Sin embargo, el fútbol se las ingenia siempre para ser la oveja negra de los deportes en ese tema. En las demás disciplinas en que se introdujo el video, como el tenis, el básquet o el rugby, funciona estupendamente. En el fútbol aumentó las sospechas de arreglo. Es una pena, una herramienta magnífica utilizada para teledirigir resultados. Además, debería intervenir con sobriedad y en contadas ocasiones, pero se mete en todo el VAR. Revisa cualquier escaramuza como para hacer ver que para algo está. El VAR es perfecto, los hombres son imperfectos.

El videoarbitraje no mejoró sustancialmente los errores arbitrales en el nivel que se esperaba. En cambio, aumentó las confusiones y las críticas hacia la aplicación del reglamento. “Oficializa” los despojos, licúa las culpas. Antes el hincha podía insultar al referí, ahora a nadie. Hay siete individuos en una cabina y no se sabe quiénes son ni qué hacen. Se comenzaron a difundir los audios entre los oficiales de VAR y el árbitro para mostrar transparencia y aclarar, pero oscurece. La realidad es que, hoy, los partidos los dirige el VAR. Al juez le dejaron para decidir los saques laterales, los faulcitos de media cancha, caramelitos. No está para las sanciones importantes. Penales, goles, expulsiones, offsides, lo gordo lo acaparó el VAR. El juez perdió autonomía, pero le conviene, descarga la decisión en otros, si hay error es de la cabina, no suya. Ya no lo insultan.

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Cuando el VAR llama al árbitro a revisar es como una orden. El juez no se puede negar porque después lo ponen en el congelador, como le han hecho en algún momento al mejor árbitro de Sudamérica, Wilmar Roldán, porque el VAR en un partido le quiso imponer un fallo y él siguió con su criterio, reafirmando lo que había pitado. Eso le costó a Wilmar. A nivel dirigencial ciertos desacatos se pagan a precio vil.

Es como que la cabina de VAR necesitara justificar de por qué está ahí, para qué les pagan. Creen que son más que el árbitro, cuando no pasan de ser simples colaboradores de él. Y no debe ser así, si no hay motivo para llamar al juez, no se lo debe llamar. Ya vimos lo que el VAR hizo en el partido Real Madrid-Almería. De escándalo. Cambió tres decisiones acertadas del colegiado por tres desaciertos y el Madrid, que perdía 2-0 en su cancha, terminó ganando 3-2. Lo más bochornoso fue un gol de Vinícius con el brazo, indiscutible. No obstante, lo verdaderamente grave -de ser cierto- es que el VAR le habría escamoteado al principal imágenes desde detrás del arco, donde se veía con claridad el golpeo con el brazo. O sea, se lo habría inducido al error. De no haberse involucrado quienes manejaban la cabina, ganaba el Almería. Acierta el prestigioso Alfredo Relaño, presidente de honor del diario As: “Al Real Madrid le sirvió para sumar tres puntos, pero el daño reputacional para el club es enorme, esto da pasto al antimadridismo y puede durar treinta años, todo por un entrometido del VAR”. Reputación con los arbitrajes que viene cuestionada hace décadas. Y el entrometido tal vez sea más que eso.

El pasado 26 de enero la Federación Belga tomó una decisión histórica, que puede sentar jurisprudencia e imitarse en otras latitudes: ordenó repetir el partido Anderlecht 2 - Genk 1 por un despropósito del VAR. Estando 0 a 0, ejecutó un penal Brayan Heynen, del Genk, lo paró a medias el arquero Kasper Schmeichel, del Anderlecht, tomó el rebote Yira Sor y marcó para el Genk. A instancias del VAR el gol fue anulado por invasión de área de Sor, pero sucede que antes había invadido la zona también un futbolista del Anderlecht. Lo reglamentario era repetir el lanzamiento, pero el juez no lo hizo y siguió el juego. Genk se quejó y no tuvo éxito, aunque finalmente la federación le dio la razón.

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El lunes pasado en el Preolímpico de Venezuela, otra intervención metiche de la cabina originó un descalabro. Minuto 96, Argentina al local 2-1, en un centro, un jugador vinotinto empujó desde atrás con las dos manos a un defensa argentino, este, de rabia, tiró un manotazo hacia atrás rozando apenas al rival. El árbitro ecuatoriano no vio o no le pareció que hubiese incorrecciones. El VAR lo llamó y cambió de opinión: sancionó penal y expulsión del argentino, aunque primero fue falta del muchacho venezolano. Luego, en el penal, hubo invasión de área de otro vinotinto antes de la ejecución, pero ahí el VAR no lo percibió. Terminaron 2 a 2. Lo empató la cabina. Era falta en ataque.

No es que todo lo que decide el VAR esté mal. El lunes último, en Colombia, durante el clásico Millonarios 1 - América 0, el gol de Millonarios, sin VAR, parecía un offside claro, con VAR se vio que el autor, Leonardo Castro, estaba habilitado. Y se convalidó el tanto. Muy bien. No obstante, debería ser una herramienta mejor utilizada. El único lugar donde el VAR es impoluto y está fuera de duda, como era de esperar, es Inglaterra. Ahí sí funciona para ayudar al réferi, esclarecer jugadas confusas y minimizar errores. En la Premier son todos iguales ante los ojos de Dios.

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Nominalmente, el imparcial sigue teniendo la palabra final en las decisiones, la realidad indica otra cosa: si el VAR le “sugiere” que vaya a mirar algo corre un riesgo al no hacerlo: ser apartado. Y una vez que lo llamaron, hace caso. Pareciera que la mayoría de ellos van a la revisión con la idea preconcebida de que “si el VAR me llama es porque me equivoqué”. Son excepcionales los casos en que no cambian su decisión después de ir a la revisión.

Los jugadores tampoco se ayudan. Saben que las cámaras registran todo y que el VAR está al acecho. Tienen que cuidarse. Sobre todo, de jugar con las manos en el área. El más mínimo agarroncito en las 18, así no corte el impulso del atacante, es considerado penal. El video no mide la fuerza del manotón, muestra que hubo agarrón.

El VAR iba a marcar un antes y un después en el fútbol. Sigue siendo un antes. (O)