Indignación, consternación, cólera… Tales sentimientos invaden el universo madridista desde el sábado, cuando un sonriente Kylian Mbappé, desde el centro del campo del Parque de los Príncipes, dio la noticia que esperaba el planeta fútbol: cuál sería finalmente su futuro inmediato. Su decisión fue por tres años con el Paris Saint Germain, hasta junio de 2025. Su hipotético pase al Real Madrid, que en la patria de Cervantes daban por seguro, debía ser la perla mediática del año, porque, cuando surge una figura tan diferencial, garantiza una era de triunfos. Fue mucho más que eso: una bomba de neutrones que explotó en vastas regiones de España y el mundo. Con su declaración cerró la puerta a las ansias casi desesperadas del Madrid de contratarlo como estrella para los próximos diez o doce años. Él debía ser la piedra angular del un ambicioso proyecto a dos puntas: el nuevo estadio Santiago Bernabéu y el fichaje ultragaláctico con el cual se obtendrían decenas de campeonatos en lo que resta de esta década y comienzos de la que viene. Una incorporación de época, tipo Alfredo Di Stéfano o Cristiano Ronaldo.