Era la décima final del mundo, la quinta en la que no intervenía una selección sudamericana y la primera de la historia en que una misma nación presentaba dos selecciones: Alemania Occidental y Alemania Oriental. Una fue campeona, la otra tuvo el mérito de ser la única que la venciera. Fue el último Mundial de Stanley Rous. Antes de disputarse la final ya había perdido la presidencia de la FIFA y sobrevendría un cambio fundamental en la historia del fútbol: entraba João Havelange, quien universalizaría este deporte y, sobre todo, los mundiales. Holanda, una nueva potencia emergente, había mandado a jugar por el tercer puesto a Brasil, gran dominador de la época.