Así, con humildad, defendiendo ante un adversario modesto que tenía tanto miedo como nosotros. Pegando, braveando, buscando camorra a veces (‘mérito’ de Alan Franco y Félix Torres), simulando con Ángelo Preciado, el rey del piscinazo; queriendo tejer una red en el medio campo con jugadores poco técnicos, sin salida por el nulo aporte de Júnior Sornoza, por el ya habitual fracaso de los tan publicitados Moisés Caicedo y Kendry Páez, y el extravío en el área contraria del muy rentable económicamente Kevin Rodríguez, nos llevamos un puntito del estadio venezolano. Y aún suenan los aplausos y los elogios del popular Bertoldo, comentarista adicto a la FEF y a la Selección.

En las eliminatorias al Mundial 2026 Ecuador no tiene juego, por más que se inventen las virtudes de Caicedo, las de Sornoza como conductor, las habilidades de Páez -acaparó los elogios en el primer partido y después no apareció más-, y la supuesta capacidad goleadora de Rodríguez -comprado a precio de gallina flaca y vendido en millones de dólares tras ser presentado como seleccionado nacional, gracias a la ‘visión’ de Gustavo Alfaro, quien con un proceso de solo 27 minutos lo llevó a Qatar 2022, y de Félix Sánchez Bas, quienes contribuyeron al negocio-.

La noche del pasado jueves, en los primeros 45 minutos Ecuador no lanzó un solo disparo ante el arco venezolano. Una vergüenza total. Inoperancia con tanta ‘figura’ inventada por un periodismo cómplice que pretende engañar a quien está viendo el partido. Lo peor es que hay quien les cree por inocencia o ignorancia.

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Si la prohibición de llegar a la valla de los llaneros y concentrarse en destruir el juego del rival partió del técnico -algo que fue muy común con Alfaro- el remedio es la rebeldía de los jugadores, impulsados por los más experimentados. Eso no existe hoy; hay temor reverencial en los futbolistas, que prefieren no disgustar al entrenador y a los dirigentes de la Federación, antes que perder el puesto, ser eliminados de la convocatoria y sacrificar miles de dólares en premios.

Hay que acumular puntos, es cierto, pero, iluso como soy, pienso en la dignidad del equipo nacional, de los que visten los colores que me representan, de los que son depositarios de los sueños de gloria deportiva de millones de personas que dejan de comer por comprar una camiseta o una entrada. Quiero que los puntos los ganen jugando, y cuando eso no es posible por las circunstancias del partido, que muestren dignidad, hombría, valor, entereza.

“La posesión más lujosa, el tesoro más valioso que todo mundo tiene, es su dignidad personal”, dijo alguna vez Jackie Robinson, un héroe deportivo que rompió con la segregación racial en el béisbol de Grandes Ligas. Con la angustia de un ahogado agarramos un puntito en Maturín, sabiendo que perdimos tres por la irresponsable conducta de los dirigentes de la FEF en el tema Byron Castillo, sindicados por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) y el Tribunal Federal de Suiza. Un punto que es demasiado premio para una selección que va dejando jirones de dignidad en cada partido. Que no da confianza y que genera muchas dudas que terminan en desilusión.

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La mayoría de los que integran nuestra selección son herederos del ‘alfarismo’, una filosofía de juego basada en arrebañarse cerca del arco propio, crear una tela de araña en el medio campo, defender en el área dando palo a todo lo que venga, alejar el balón para que lo agarre alguien y pegar otro pelotazo en busca del único delantero más solo que Robinson Crusoe. Así llegamos a Qatar 2022 y cuando debimos exponer nuestro poderío ante Senegal, nos entregamos como quinceañera seducida.

Fallamos en lo que pudo ser el gran momento de nuestro balompié porque ningún jugador se rebeló, porque faltó carácter para enfrentar a Gustavo Alfaro y decirle: esto que usted nos ha mandado a jugar no es fútbol y nos está degradando. Ahora vamos a jugar como nosotros queremos. De alguna manera Álex Aguinaga lo hizo frente a Croacia en el 2002, pero ya Bolillo Gómez nos había entregado ante Italia y México. Subversivos, indomables como Jorge Bolaños, Luciano Macías o Álex Aguinaga no existen hoy, por más que valgan fortunas miradas de reojo en todo el planeta.

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Los que he nombrado no tenían las cotizaciones alucinantes de hoy; el fútbol y el mercado eran otros, pero en varonía y dignidad valían mucho más que los de ahora. Lo dijo hace poco en la prensa española un jugador de hace 40 años, Laureano Rubial: “Hay cosas que no entiendo, como eso de que ahora la mentalidad tiene que ser mantener la portería a cero. Para mí hay que meter un gol más que el contrario. Y si me meten tres, meter cuatro. Lo otro es ya todo tan táctico y los chicos ahora son tan obedientes...”.

El espíritu de Gustavo Alfaro ronda el vestuario de la Selección y su fantasma aparece en la cancha. “Hay que destruir, antes que crear. Generar juego no sirve, y, además, no hay quien lo haga en todo el fútbol ecuatoriano. Lo que importa es tratar de ganar apelando a la suerte y agarrar el cupo al Mundial. Una vez en la Copa se verá lo que se hace”.

Es un relato tomado del pensamiento de Alfaro; no es ficción. Hoy, Sánchez Bas es un clon del hoy DT de Costa Rica. Los dos fueron contratados por la FEF al apuro porque nadie quería hacerse cargo de Ecuador. Los dirigentes nacionales del siglo XXI tienen fama de malos pagadores y de entrometerse en las convocatorias. Al Bolillo Gómez lo echaron y tuvieron que pagarle dinero. Luego vino el momento de la farándula con Jordi Cruyff y la frase inmortal de Francisco Egas dicha el 13 de enero de 2020 cuando lo presentó como entrenador de la Tricolor para liderar “un proceso que nos va a convertir en una potencia mundial del fútbol”.

Esa pompa de jabón no duró sino un mes. Cruyff se fue y nunca dirigió un entrenamiento. Alfaro, echado de Boca Juniors, escuchó -al fin- una oportunidad y trajo su discurso empalagoso al Ecuador. Todos saben lo que pasó.

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Lo de Sánchez Bas es más cercano. Fue el peor entrenador de la Copa del Mundo de Qatar 2022 (tiene el récord de ser el DT del peor local en la historia de los mundiales) y a él fueron a buscarlo, en medio de un escándalo por una deuda que Alfaro reclama ante la FIFA. ¿Examinaron su currículo? ¿Lo entrevistaron para saber si tenía un sólido conocimiento del juego y su ideario como conductor? ¿Les constaba que él manejaba bien la comunicación y la conducción grupal? Nada. El español era barato, estaba desocupado y había que traerlo para la Selección.

Y así vamos, esperando que todo mejore ante el alicaído Chile que se quedó sin técnico ante la pobreza de su juego. Siempre queda la esperanza, aun para los descreídos.

“Ser seguidor de un equipo de fútbol es una enfermedad juvenil que dura toda la vida” según el director de cine y futbolero irredimible. Yo soy uno de esos seguidores desde hace 64 años, pero quiero ser representado con dignidad. “Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”, como escribió el gran Eduardo Galeano. (O)