Pese a la desconfianza y el desdén con que los europeos miraron siempre a Sudamérica, el estadio Centenario, inaugurado durante el Mundial de 1930, impactó a los llegados del Viejo Mundo. Se asombraron.

Era un escenario colosal para la época, el primero cilíndrico y con capacidad para 80.000 personas. Constituyó la primera gran novedad aportada por los mundiales, esta en materia arquitectónica.

Luego vendrían cientos más de diversa índole. Desde entonces, el fútbol ha tenido una transformación gigantesca. No da para decir que ahora es otro deporte, pero casi…

En aquel 1930 —y hasta 1938— se jugó con la antigua pelota con tiento. El tiento era ese grueso cordón de cuero que cerraba el balón aprisionando una vejiga de goma. Eso hacía que muchos jugadores de la época usaran boina, sobre todos los defensas, para rechazar de cabeza y no lastimarse con el tiento. Aparte, por el tiento le entraba agua los días de lluvia y la bola se ponía muy pesada. Tres amigos argentinos de Bell Ville, la ciudad de Mario Kempes, inventaron la pelota actual, con cámara de goma y cierre cosido, que eliminó el tiento y le dio redondez perfecta.

Electrocables Barraza

Luis Polo, Antonio Tossolini y Juan Valvonesi crearon en 1931 el nuevo balón, que debutó en cancha de Boca en 1936, pero a causa de la Segunda Guerra recién se presentó universalmente en el Mundial de Brasil en 1950. Fue un avance notable.

En Argentina 1978, Adidas revolucionó el diseño de la herramienta con el balón tango. Y en España 1982, al mezclar el cuero con poliuretano, se estrenó el primer esférico totalmente impermeable. Gracias a ello mantiene su peso, ya que no absorbe agua.

En ese torneo de 1950 aparecieron los números en las camisetas, con lo cual se identificaron los puestos. El volante derecho pasó a ser “el 8”, el puntero izquierdo “el 11” y todos así.

Esto facilitó al periodismo, y sobre todo a los hinchas, poder individualizar mejor a los jugadores. El 10 se convirtió en símbolo de talento, de estrella, y ello porque lo usó Pelé en Suecia 1958, a partir de él los grandes cracks utilizaron ese número.

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Debido al desaire europeo al primer Mundial, organizado en Uruguay, el torneo se realizó por invitación y aceptaron participar solo trece selecciones.

Ya para Italia 1934 se inscribieron 32, por lo que se pusieron en marcha las eliminatorias. Esa vez se jugaron solo en Europa. La clasificatoria sudamericana comenzó en 1954. Hasta 1978 se jugó con 16 equipos, pero como en cada edición aumentaba la cantidad de inscriptos, en España 1982 se pasó a 24, en Francia 1998 a 32 y ahora serán 48. Para Rusia 2018 se anotaron las 211 asociaciones miembro de la FIFA, un récord.

La televisación de los partidos mundialistas se inició en Suiza 1954, pero dentro del país aún no existía la manera de transmitir al exterior. Eso comenzó en México 1970, cuando se emitieron las alternativas en directo, vía satélite, a todo el globo. Ahí mismo se dieron los primeros partidos en color para aquellos países que disponían de ese sistema.

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Ese campeonato en México fue extraordinariamente innovador; introdujo dos elementos sustanciales: las tarjetas —amarilla y roja— y los cambios. Seguramente influyó que en 1966, cuando Pelé se retiró lesionado del choque ante Portugal, Brasil quedó con diez y flotó una sensación de injusticia.

Fue víctima de una entrada excesivamente recia de Morais —no sancionada— con el agravante de que su equipo no podía reemplazarlo. Por eso se instauraron los dos cambios por equipo. La Unión Soviética fue pionera en ambos rubros.

El ucraniano Víctor Serebrjanikov fue el primer reemplazado de la historia mundialista (¿se habrá ido mascullando rabia…?). Y otro ucraniano, Anatoli Byshovets, recibió la tarjeta amarilla inaugural.

Para la roja hubo que esperar al siguiente Mundial: recién en 1974, el habilísimo puntero chileno Carlos Caszely vio la roja directa jugando frente a Alemania. “Berti Vogts me pegó 25 patadas, devolví una y me echaron a mí. Y tampoco era para roja”, se queja todavía Caszely.

La notable idea de implementar las tarjetas para eliminar las barreras idiomáticas fue del árbitro inglés Ken Aston, mundialista, quien dirigió el tristemente célebre partido Chile 2 - Italia 0 en 1962, denominado la Batalla de Santiago, tal vez el partido más violento de la Copa del Mundo.

Aston iba en su auto, paró en un semáforo, vio las luces y se le prendió la lámpara cerebral. Dijo: “Amarilla, advertencia; roja, no siga”.

A raíz de la implementación de las sustituciones en los equipos se tuvo que pensar en un elemento hasta allí desconocido: los bancos de suplentes, una estructura nueva.

En los años cuarenta, cincuenta, sesenta, en la Copa América, en la que sí se permitían cambios, los jugadores que no eran titulares se sentaban o se recostaban en el césped, entre la raya de cal y el alambrado que separaba de las tribunas.

Luego se les proporcionó el banquillo al aire libre y, posteriormente, con techo de visera para evitar agresiones de los hinchas.

En materia reglamentaria hubo variantes sustanciales. En Estados Unidos 1994 se creó el área técnica para que los técnicos pudieran pararse y dar indicaciones.

También la figura del cuarto árbitro para ayudar al juez principal en todo lo relativo a cambios y manejo de situaciones más allá de los límites del campo, como la hora, las tarjetas, el control de los entrenadores y auxiliares, etcétera.

Allí mismo se puso en marcha la medida cumbre, que tuvo un efecto fenomenal sobre el juego: los 3 puntos a la victoria. Fue un éxito rotundo y al año siguiente se extendió a todos los certámenes del mundo.

En ese torneo de 1994 por primera vez una final se definió por tiros desde el punto del penal al empatar a 0 Brasil e Italia.

Quiso el destino que Roberto Baggio, quien hasta ahí era la estrella de la Copa junto con Romario, lanzara el último penal muy arriba y dejara la corona en manos de Brasil. De haber convertido y ganado Italia, seguro lograba su segundo Balón de Oro consecutivo. Ya lo había recibido en 1993.

La definición por penales se estrenó en los mundiales en 1982, en el histórico Francia 3 - Alemania 3, quizás uno de los más emotivos de todos los tiempos.

Habían igualado a 1 en el lapso reglamentario; fueron al alargue y en ocho minutos Francia, de sensacional actuación, se puso al frente 3-1. Pero Alemania, fiel a su historia, no se entregó y logró igualar a 3. Debieron ir a los lanzamientos y ahí se impuso el cuadro de Rummenigge sobre el de Platini 5-4.

En Brasil 2014 se instituyó el chip electrónico en los arcos para evitar los goles fantasma. Esto a raíz del increíble gol escamoteado a Inglaterra frente a Alemania en el Mundial anterior.

La pelota entró al menos 60 centímetros, pero el árbitro uruguayo Jorge Larrionda, a instancias del línea Mauricio Espinosa, no lo convalidó e hizo seguir el juego. El escándalo llevó a implementar el ojo electrónico en la línea de meta. También en Brasil apareció el aerosol para marcar la distancia en los tiros libres.

Hubo cantidades de modificaciones más. En Rusia 2018 debutó el VAR con la ilusión de que hiciera justicia. Como todas las innovaciones, fue vituperado al inicio, luego se asentó y ahora nadie aceptaría que no haya VAR en un partido mundialista. Sería ridículo.

Hay una realidad innegable: a lo largo de la historia, todos los cambios fueron criticados, incluso ironizados, pero todos funcionaron y mejoraron el fútbol. (O)