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De la final del 60 a esta, casi otro deporte

La Libertadores de 1960 comenzó tímidamente con siete equipos y tuvo en total trece partidos. Hoy la final de la Libertadores tiene alta repercusión mediática.

Peñarol del 19 de abril de 1960 frente a Wilstermann, de Bolivia, en el partido inicial de la Copa Libertadores. Arriba: Luis Maidana (i), Walter Aguerre, kinesiólogo Héctor Cocito, Santiago Pino, Néstor Goncálvez, William Martínez, Milton Alves da Silva Salvador. Abajo: Luis Cubilla (i), Carlos Linazza, Juan Eduardo Hohberg, Alberto Spencer y Carlos Borges. Foto: Archivo

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“¿Que si se televisó aquella final…? No, ¡si en Paraguay no existía la televisión…! Apenas había dos diarios, La Tribuna y El País. Y tres radios, eso era todo”. Hipólito Recalde (hermano de Ramón Maggereger), un 8 de ida y vuelta con llegada al gol nos pintó la modestia de aquella primera final de la Copa Libertadores. Fue el 19 de junio de 1960. Recalde marcó el gol de Olimpia frente a Peñarol en el partido de vuelta, en Asunción, pero Luis Cubilla igualó para Peñarol y el empate a uno consagró al equipo mirasol, que había vencido 1-0 en Montevideo con tanto de Spencer. A los dos -Recalde y Cubilla- los reunimos en Paraguay para entrevistarlos en 2007.

Irónico: Peñarol, que se había opuesto a la creación de la Copa, fue el primer “campeón de América”, como se dio en llamar desde entonces al ganador de la célebre competencia. Y haría doblete al año siguiente. Después de varias reuniones y congresos de la Conmebol, la disputa de la Libertadores fue aprobada el 2 de agosto de 1959 en Caracas con 8 votos a favor, uno en contra (de Uruguay) y una abstención (Venezuela). Justamente el abanderado del NO fue Washington Cataldi, delegado de Peñarol. Luego se escribió una posverdad que lo situó como “el padre de la Libertadores”. Él levantó la mano votando en contra, lo atestiguan investigaciones apoyadas en actas y diarios de la época. Todo indica que la idea de crear la Libertadores fue del médico chileno Antonio Losada, expresidente de Universidad de Chile. Pero no tenía prensa.

No había televisión ni diarios deportivos, la cobertura de los medios con “enviados especiales” aún no era frecuente. Hasta la palabra “medios” se desconocía. Se le llamaba “prensa”. No había redes sociales ni teléfonos móviles, ni muchos escenarios preparados para albergar un gran evento futbolístico. Esa final-final se disputó en el estadio Sajonia, entonces de pequeñas dimensiones, que recién en 1974 fue rebautizado como ‘De los Defensores del Chaco’. Se jugó de tarde, nos aclaró Recalde, “porque el Defensores no tenía luz artificial”. La lumínica del coliseo asunceno se instaló en 1977, también para poder recibir a la entonces sí popular Libertadores. Y los jugadores peñarolenses, sudados como estaban, salieron del recinto y se fueron a bañar al hotel. Los vestuarios no tenían agua caliente.

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El periodismo aún no estaba infectado del nacionalismo actual. La Tribuna, principal matutino paraguayo, dice en algunos párrafos de su extensa crónica: “Peñarol, desde el primer minuto (del segundo tiempo) se insinuó como una fuerza más armónica y técnica. Fue muy visible el empinamiento de su labor”… “(Tras el empate aurinegro) El tanto constituyó merecido premio al mejor juego que venía exhibiendo el campeón uruguayo”… “(Cierre de la nota) El público saludó cordialmente a los jugadores de Peñarol, al término del partido, con una estruendosa y afectuosa ovación”. Aunque también comenzaban las “picardías”. El estadio, que congregó a 20.000 personas aquella tarde, aún no tenía tribuna detrás de uno de los arcos. “Había un paredón. La gente se trepaba y miraba el partido desde ahí. Y si no le gustaba como estaba dirigiendo el réferi, le tiraba piedritas con una honda”, evocaba Recalde entre sonrisas.

Ya empezaban, también, las avivadas de escritorio para sacar ventaja. En 1961, Peñarol debía enfrentar de nuevo a Olimpia, pero por semifinales. Roberto Scarone, técnico aurinegro en los dos primeros títulos, comentó: “Yo, sinceramente, a Olimpia no lo conocía, entonces Güelfi (presidente del club) tuvo la idea de ir a verlo y con Washington Cataldi viajamos a Santiago de Chile para ver el partido entre Colo Colo y Olimpia. Fuimos a Buenos Aires y de ahí a Chile. Olimpia le hizo cinco goles a Colo Colo y en los paraguayos jugaba un 9, Cabral, excelente centrodelantero. Tuvo una actuación extraordinaria, hizo dos goles. Yo imaginaba cómo hacer para controlarlo, porque nos podía dar problemas. Se lo comenté a Cataldi. ¿Sabe qué hizo…? Cuando llegamos a Buenos Aires de regreso fue a ver a Herminio Sande, presidente de Independiente y le dijo: <<Tenés que comprar un número 9 de Olimpia llamado Cabral>>. Sande le preguntó. <<¿Y yo para qué quiero un 9…?>> Cataldi lo tranquilizó: <<No te preocupés, después lo pasamos para Peñarol, pero no quiero que juegue contra nosotros”. Así se hizo: al mes, cuando se enfrentaron Peñarol y Olimpia, Cabral ya estaba en Avellaneda.

A comienzos de los 60 tampoco iban hinchas visitantes a los partidos -algo inimaginable entonces- ni había la pompa y la repercusión de que hoy goza el torneo. No hay constancia de que, al final del cotejo, Peñarol haya recibido la Copa, que al parecer recién estuvo terminada para 1961. Era otro mundo. No había VAR, ni tarjetas amarillas y rojas, ni carrito de los lesionados, ni habían entrado las marcas deportivas. Los futbolistas eran profesionales hasta cierto punto. “Yo nunca firmé un contrato”, afirma don Hipólito. “¿Qué contrato? si ni sueldo teníamos. Nosotros no, pero los jugadores de los otros clubes todos trabajaban. Olimpia, que era el que mejor pagaba, nos daba cien guaraníes por entrenamiento, que eran cuatro a la semana. Y un premio por partido ganado. Si le ganábamos a Cerro, ahí sí, nos daban un 15.000 guaraníes, que no te hacía rico, pero era una platita”.

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A su lado, Luis Cubilla asentía: “De los futbolistas, casi nadie tenía auto. Yo tenía una chatita y cuando pasé al Barcelona se la dejé a Pedro Rocha. Ni se la vendí, se la dejé nomás. Era todo muy modesto, pero teníamos un lindo grupo en Peñarol. Se festejaban los cumpleaños de las familias comiendo pastelitos que hacían nuestras esposas o con un asadito en el fondo, tomando vino con gaseosa. No recuerdo bien, creo que con lo que nos dieron por esa final me compré un terrenito en Montevideo, donde luego levanté mi casa. Pero tampoco era gran cosa”.

Aquella Libertadores de 1960 comenzó tímidamente con 7 equipos y tuvo en total 13 partidos. Uno de esos siete animadores fue Millonarios, que dio la nota goleando 6-0 a Universidad de Chile en Santiago. Tan poco ruido hizo esa versión que el mismo Scarone lo ilustra con una anécdota: “Fuimos a Buenos Aires a jugar la semifinal con San Lorenzo un miércoles y el chofer de un taxi ni siquiera sabía que había un partido entre San Lorenzo y Peñarol. Y eso que el hombre era futbolero por lo que hablamos…”

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Sesenta y dos ediciones después, la final de la Libertadores tiene sede única, en este caso de Guayaquil, neutral, alto interés internacional por el partido, televisión con 20 cámaras y un drone a cargo de ESPN, con millones de tuits y alta repercusión mediática. El choque consume horas de TV y radio en todo el continente desde varios días antes. Y ahora los futbolistas son millonarios. En estas seis décadas, la rueda de la vida y del fútbol dio tantas vueltas… (O)

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