Hubo un tiempo en que ser socio o hincha de Emelec era un motivo de orgullo por un presente victorioso y un pasado lleno de pergaminos en todos los deportes. Emelec era el símbolo de una entidad muy bien organizada. Tenía una sede elegante, una piscina semiolímpica, cancha de básquet, un ring de boxeo y era el único club que poseía un estadio con todas las comodidades, tanto que había sido escenario de un campeonato sudamericano de fútbol en 1947. Emelec brillaba también en boxeo, ciclismo, atletismo, natación, básquet, béisbol y cuanta rama deportiva existiera.
Hoy el panorama es distinto. Es difícil explicar cómo tan pocos pudieron destruir algo tan grande en tan poco tiempo. Emelec terminó último en la segunda etapa del campeonato nacional de fútbol. El club está sancionado por moroso en las obligaciones con exjugadores y no puede fichar a nadie; está atosigado por deudas y el estadio embargado; se ha quedado sin director técnico y pronto abandonarán el club todos los jugadores.
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¿Quién puede salvar a Emelec en este instante de tragedia? Solo sus socios honorables; aquellos que llevan su enseña en el corazón; los que llevan en el alma el orgullo azul. Un muy apreciado amigo me envía un mensaje que revela su angustia: “Soy socio desde 1957 y tenía 10 años. Ese Emelec que vi era el Ballet Azul que jugaba muy parecido a La Academia de Racing de Avellaneda en mi mente juvenil. Siento que debo arrimar el hombro para sacar al club del pozo al que lo han conducido. Hoy da lágrima verlo en el sótano”.
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Ese sentimiento es compartido por miles de emelecistas. Uno de ellos es Juan Sebastián Vera, joven profesional universitario que está recolectando firmas de socios. Vera es un estudioso de la historia del club y ha encontrado hallazgos sorprendentes, como que Mr. Capwell también jugó como zaguero en el equipo que participó en los campeonatos de la Unión Deportiva Comercial. La intención de un gran número de socios es forzar la convocatoria de una asamblea extraordinaria que disponga la realización de elecciones, antes que sea tarde y se produzca una catástrofe.
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Todo aquel seguidor del fútbol que ame la estética, el bien jugar y que haya vivido lo suficiente para almacenar recuerdos sentirá una emoción intensa al resucitar los grandes momentos vividos con Emelec. Nunca fui un seguidor de la divisa azul y plomo; mi predilección en la niñez vestía otros colores. En las graderías del viejo estadio Capwell mi padre me dio una lección que nunca he olvidado: ama los colores que quieras, pero ama también el buen fútbol, ese que lleva escondido el arte, la inteligencia y la lealtad al equipo. Entonces vibraba de emoción al ver al Barcelona de Pajarito Cantos y su bicicleta y los goles del Cholo Chuchuca, la finura de Pelusa Vargas y los regates de Guido Andrade, así como los taponazos con destino de red de Simón y Clímaco Cañarte.
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La pasión no borró mi sentido estético. Puedo contar cientos de historias de este tipo y tal vez lo haga algún día en un libro de memorias antes de perder la memoria. Entre las páginas más señeras estará la historia del Ballet Azul que nació en 1954 en su primera versión, cuando Emelec era dirigido por el chileno Renato Panay, cuyo nombre ha sido borrado por el tiempo. Ese Ballet se afirmó cuando Panay dio la titularidad a Cipriano Yulee en el arco y en la defensa a Raúl Argüello y Jaime Ubilla, y llegó a la cumbre con la llegada de Carlos Alberto Raffo al centro del ataque y con el Loco José Vicente Balseca corrido a la punta derecha. Fue vicecampeón en 1955 y campeón en 1956 y 1957. Adelante, conducidos por Mariano Larraz, Balseca y Daniel Pinto armaban un festival celebrado por todo el pueblo eléctrico y que siempre terminaba en gol marcado por el infalible Flaco Raffo.
Con Fernando Paternoster nació el segundo Ballet Azul de la historia, con los Cinco Reyes Magos que jugaban de memoria: Balseca, Jorge Bolaños, Raffo, Enrique Raymondi y Roberto Pibe Ortega. Cuando jugaba ese Emelec, bien podrían haber invitado a una orquesta sinfónica para que pusiera música clásica a esa formación.
Con el siglo XXI llegó la era de Nassib Neme, que tuvo al club en el podio durante once temporadas; fue triple campeón nacional y le robaron la cuarta corona cuando lo obligaron a jugar la final en cancha llena de agua donde no rodaba el balón. Neme entregó un club muy sólido en lo futbolístico y lo económico. Todos sus compromisos estaban financiados, especialmente los que se originaron en la reconstrucción del Capwell, que el expresidente entregó convertido en un “diamante azul”, como lo llama Fernando Franco Uscocovich, ferviente hincha eléctrico.
¿Qué pasó con los que sucedieron a Neme? Aún no se conocen las razones de la debacle y económica. El presidente renunció agobiado por las presiones. Asumió el vicepresidente, pero el nuevo timonel era un continuador de la política del avestruz. El pasado 30 de noviembre habló después de más de un mes de haber timoneado el Titanic eléctrico.
No soy psicólogo, pero he vivido lo suficiente para confiar en mis instintos. Vi la foto de César Avilés Vargas-Machuca —que así se llama el presidente encargado— y, por el gesto y la mirada, me pareció una persona soberbia y arrogante. Voy a pasar la entrevista y la foto a dos especialistas en psicología, los doctores Miguel Palacios Frugone y Ricardo Piña Menéndez, para que hagan un diagnóstico para mi consumo personal.
Las declaraciones tampoco ayudan al presidente encargado. Preguntado por el periodista sobre el rumor de que los futbolistas del primer plantel quieren dejar Emelec, respondió: “Por ahí escuché que se quieren ir 10 o 20… Eso es totalmente falso. Les pueden preguntar a los jugadores, que están muy cómodos”. Y a continuación dijo: “Lo conversé yo personalmente con cada uno de ellos. No me van a dejar mentir, les pregunté si se sienten bien en Emelec a pesar de todo y la respuesta fue sí”.
En los días siguientes, el capitán, Luis Fernando León, lo desmintió: “Hoy por hoy, el equipo no está cómodo; nosotros como jugadores no estamos cómodos. Estos problemas vienen desde el año pasado (...). Se perdió mucho la confianza hacia la dirigencia. Diariamente venían problemas, uno encima de otro. Debido a esto, ningún entrenamiento que hicimos lo hicimos con esa alegría que uno llevaba cuando salía de su casa”. León y al menos diez jugadores más ya anunciaron que se van.
Creo que la solución más viable es que los actuales directivos acepten la petición de los socios de convocar elecciones y den un paso al costado.
La vida del antes glorioso Emelec, chapaleando hoy en el fango de la desorganización y la irresponsabilidad, depende de ese gesto. Si deciden aferrarse a cargos que no han sabido honrar, podemos anticipar, con mucha tristeza, que el funeral de la escuadra de Emelec está cerca. (O)