Han pasado largas siete décadas. Ninguno de los dirigentes del Barcelona SC de entonces sobrevive para levantar los cristales y celebrar el acontecimiento. El edificio de la calle Maldonado, primera propiedad del club, dejó de ser el que albergaba la euforia oro y grana en cada suceso triunfador.
Un dirigente sin ninguna identidad con los colores lo entregó a un aventurero extranjero que él mismo trajo y no sabía ni parar un balón.
De aquel plantel que cimentó la idolatría y en el que aún estaban algunos próceres hoy solo quedan Clímaco Cañarte, Jorge Delgado y Mario Zambrano. Los demás marcharon al infinito.
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En 1955 se jugó el quinto campeonato de fútbol profesional organizado por Asoguayas. Iban a disputar el título Barcelona, Emelec, Patria, Everest, 9 de Octubre, Norteamérica, Español, Ferroviarios y Unión Deportiva Valdez, el bicampeón reinante
El cuadro canario era ya el ídolo de Guayaquil, pero los otros clubes presentaban planteles poderosos. Los milagreños aspiraban a llegar al tricampeonato con Alfredo Bonnard, Honorato Mariscal Gonzabay, Julio Caisaguano, Juventino Tapia y Carlos Titán Altamirano como líderes.
Emelec centraba sus aspiraciones con el primer Ballet Azul en el que destacaba su línea defensiva integrada por cuatro jovencitos: Cipriano Yulee en el marco y en la zaga Jaime Ubilla, Cruz Alberto Ávila y Raúl Argüello. Adelante, las diabluras de José Vicente Loco Balseca, la conducción magistral de Mariano Larraz y los goles fabulosos de Carlos Raffo.
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El otro gran postulante era el Everest, apodado ya el Ciclón Rojo con un gran arquero como Hugo Mejía, su firme trío de defensores: Enrique Flores, Galo Pombar y Gerónimo Gando; y adelante, el empuje arrollador de dos debutantes: Alberto Spencer y Pedro Gando. Norteamérica había perdido mucho de su grandeza.
El Patria no era tanto como el potente equipo de 1951 y 1952, pero ya brillaba un jovencito que pronto sería el mejor volante del país: Jaime Carmelo Galarza. Además, su novel ataque era temible: Mario Saeteros, Vicente Pulpito Delgado, Miguel Monroy, Colón Merizalde y Gereneldo Triviño.
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Candidatos menores eran 9 de Octubre, que cifraba sus esperanzas en sus artilleros Vicente Vargas, Marcos Gómez, Pedro Figueroa, el talento de Lucho Drouet, y los cañonazos de Santiago Osorio. Español y Ferroviarios aspiraban solo a mantener la categoría.
El Ídolo del Astillero, presidido por Miguel Salem Dibo, formó un plantel de celebridades y jóvenes salidos de las filas juveniles. Pablo Ansaldo se había ganado la titularidad en 1954, pero muy de cerca en la competencia estaba Jorge Delgado Guzmán.
Su zaga combinaba la veteranía sapiente de Carlos Pibe Sánchez con la calidad de dos muchachos: Luis Jurado, salido de los juveniles, y Luciano Macías, llevado al club por Rigoberto Pan de dulce Aguirre que lo había tenido en su club barrial, el Argentina, formado por los chiquillos de Argentina y Santa Elena. En el banco aguardaban su oportunidad dos juveniles: Miguel Esteves y Mario Zambrano, quienes luego hicieron una gran carrera.
Cuando llegó Macías, gracias a la deserción de Galo Papa Chola Solís, que se fue a Emelec, Jurado ya estaba en la alineación y lo apodaron Niño por su voz chillona. Plantado en el centro un monumento de la idolatría: el Pibe Sánchez, que había frenado dos veces a Alfredo Di Stefano.
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“Yo no tenía apodo, pero si ya había un Niño y un Pibe, lo más cómodo fue bautizarme como el Pollo”, contó Luciano Macías una tarde en Barcelona Astillero.
Para detener las incursiones adversarias y promover las ocasiones de gol Barcelona juntó una de las mejores líneas de volantes de la historia que el mismo 1955 formó en la selección nacional en el Sudamericano de Chile: César Veinte mil Solórzano y Carlos Pacharaca Alume.
Aquello de “veinte mil” aludía al desusado precio pagado por Barcelona a Valdez por el pase de Solórzano. Para la época era un precio exorbitante.
Alume salió de la selección de Manabí como centrodelantero y alineó en Barcelona en 1946 y 1947. Después buscó aventuras en el fútbol colombiano y fue fichado por Once Deportivo de Manizales, con el que brilló en la época de El Dorado cuando se jugaba en Colombia el mejor fútbol del mundo.
Flaco y desgarbado, no tenía pinta de futbolista y eso le valió el apodo que lo acompañó toda su carrera. Subía, bajaba, contenía, apoyaba con un vigor inusitado. Tenía una enorme clase.
Alternaban con un astro del tiempo de la idolatría: Heráclides Marín y Mario Zambrano, que fue varias veces titular hasta que un día entró y se quedó para siempre.
La delantera fue decisiva para las victorias toreras. Un subtítulo de EL UNIVERSO la bautizó un día como Los Cinco Diablos. Para los lectores jóvenes será extraño que los atacantes hayan sido cinco en esos tiempos, hoy que ellos ven apenas uno y cuando el DT es un atrevido pone dos.
En la punta derecha estaba Gonzalo Chalo Salcedo, un bravo de los de antes que había ganado la titularidad al famoso Jorge Mocho Rodríguez.
Apareció en 1954 proveniente del club Inglaterra en el tiempo en que en la Federación Deportiva del Guayas se jugaba al fútbol y había integrado con Macías y Clímaco Cañarte la selección ecuatoriana al Campeonato Juventudes de América que se jugó en Caracas.
El interior derecho (¿qué es eso?, se preguntan los jóvenes) era el legendario Enrique Pajarito Cantos, un número 8 repleto de picardía, habilidad, ingenio y gol. Como piloto de ataque el arquitecto supremo de la idolatría: Sigifredo Agapito Chuchuca, el gol de todas las maneras y los estilos poniendo la cabeza donde otros no se atrevían a poner los botines.
Como interior izquierdo estaba Simón Cañarte, valiente, eficaz, potente, cañonero que venía de ser líder de goleo en 1954, y como puntero izquierdo Clímaco Cañarte, uno de los futbolistas más completos de nuestra historia.
No era zurdo, pero se defendía, driblador insigne, preparador de jugadas y un tiro de misil. En las emergencias volvía el cerebro del Quinteto de Oro: José Pelusa Vargas.
La marcha a la consagración fue indetenible. Jugó 19 partidos de los cuales ganó 9 y perdió 3. Anotó 53 goles y aceptó 30, en tiempos en que no existían estrategias ultradefensivas ni nos avergonzaban en las radios los ‘analistas tácticos’, especie microbiana de alto poder virulento.
El 27 de noviembre de 1955 el título se definió en un emocionante clásico del Astillero que Barcelona ganó 3-2, con goles de Simón Cañarte, Cantos y Chuchuca.
EL UNIVERSO lo comentó así: “Barcelona Sporting Club, nombre y equipo de arraigo popular, autor de memorables hazañas futbolísticas, será inscrito en el cuadro de honor de la Asociación de Fútbol del Guayas como campeón de 1955.
Barcelona se exhibió como un equipo homogéneo en el que cada uno de sus once hombres cumplió eficientemente la misión de alcanzar el triunfo”.
El tiempo suele borrar instantes gloriosos, pero al conjuro de la memoria vuelven los grandes sucesos y los héroes de antaño ven convertir los recuerdos en monumentos erigidos por la emoción y la gratitud popular. (O)






























