Desde el 24 de noviembre de 2022, ante Países Bajos (1-1), en la Copa del Mundo de Qatar, no celebrábamos un partido de Ecuador digno de elogiar, de aplaudir y de mostrar con orgullo que sí éramos capaces de competir con entereza. Muchos sinsabores hemos debido pasar en esta Copa América desde que debutamos en 1939, excepción hecha del periodo entre 1988 y 1993, en que estuvo al mando el montenegrino Dussan Draskovic, contratado durante el mandato de Carlos Coello Martínez, un dirigente digno de recordar (y también en la edición de 1997, en que la Tricolor al mando de Luis Fernando Suárez avanzó a cuartos de final y regresó invicta, con Galo Roggiero Rolando como presidente de la FEF).
En esta columna dijimos el 26 de noviembre de 2022 algo que está en nuestro paladar futbolero desde hace 72 años: “Desde que empecé a ver fútbol sentí admiración por aquellos equipos que unían a su calidad técnica una dosis de coraje y audacia para superar circunstancias difíciles y voltear resultados desfavorables. Oncenas capaces de derribar pronósticos negativos y estadísticas adversas. Pocas veces la técnica y el funcionamiento estilizado son suficientes para llegar a la victoria o alcanzar una corona. Los aderezos complementarios son la valentía, el arrojo, la intrepidez que dan el sabor triunfal a un equipo y lo hacen grande e inolvidable”.
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Después de ese partido, Gustavo Alfaro, el técnico argentino que algunos se empeñan en glorificar, hizo lo único que sabe: que nuestra Selección se entregara ante Senegal y perdiera la ocasión de pasar a octavos de final, posición a la que sí llegamos en 2006 en Alemania con el colombiano Suárez en el banquillo. Alfaro dejó una enseñanza deprimente: hay que tratar de no perder como táctica esencial; hay que ir todos atrás para intentar mantener el cero; quedan proscritos la audacia, el atrevimiento, la valentía, el arrojo, el coraje. “Sí, pero conseguimos el cupo a Qatar”, dicen sus biógrafos locales. Es verdad, pero hoy es más fácil que ayer y anteayer. Antaño clasificaban tres países de Conmebol porque solo llegaban 16 equipos al Mundial. Las eliminatorias se dividían en dos grupos de tres y uno de cuatro. El que perdía el primer partido quedaba casi eliminado. En nuestro caso, nos ubicaban con los más fuertes y todo quedaba decidido en cuatro encuentros. La FIFA aumentó luego a 24 y a 32, y el Mundial de 2026 tendrá 48 países en la fase final. En Conmebol todo se resuelve en 18 partidos y nos han dado seis cupos y medio. Las eliminatorias se jugaban antes en un mes y hoy duran tres años.
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Lo ocurrido ante Argentina (1-1 y adiós en penales) reivindica a medias nuestro papel en la Copa América 2024. La contratación de Félix Sánchez Bas fue uno de los tantos desaciertos de la Federación Ecuatoriana de Fútbol. Antes que él se intentó con Jordi Cruyff, que solo había dirigido brevemente en China e Israel y era más un administrador que un DT. “No solo buscamos un técnico de la selección mayor. Buscamos un proyecto, buscamos los líderes de un proceso que nos va a convertir en una potencia mundial del fútbol. Estamos cambiando la FEF hoy para contar con el fútbol que queremos mañana”, declaró el presidente Francisco Egas en enero del 2020, dado al verbalismo ampuloso. Cruyff no dirigió ni un entrenamiento y se llevó del país una fortuna.
Después llegó el español Félix Sánchez Bas y ya sabemos lo que ocurrió. La Selección jugó con la ‘escuela Alfaro’, el defensivista y asustadizo que luego de entregarnos a Senegal intenta llevarse más de $ 3 millones que, afirma, le debe la FEF por compromisos que no se hacen públicos hasta hoy.
Y así estábamos en la Copa América 2024. Perdiendo ante Venezuela, venciendo a Jamaica, un contendor débil, y empatando con México. Siempre fuimos para atrás; terminamos los partidos con angustia, tirando el balón a la tribuna, jugando a nada. Habían pasado ocho años y catorce días en que no ganábamos en Copa América y en los jamaiquinos encontramos nuestro ‘pato’. Lo de México fue una vergüenza que será mejor olvidar. Hasta que llegó Argentina en los cuartos de final. La historia nos decía que, salvo algunos partidos, nos quedaba únicamente el milagro. ¿Cuál era ese milagro tan esperado? No que el árbitro nos favoreciera; no que nos regalen un penal como contra Jamaica, o que el VAR nos salvara contra México. El milagro estaba en que los dioses del fútbol inyecten en los tricolores el sentido de dignidad, de valor, de creencia en sus facultades.
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Enfrente estaba una Argentina que es la campeona del mundo y monarca reinante de América. En 73 partidos en la era Scaloni había ganado 54 y perdido solo 6. Deseábamos que nuestra Selección fuera como la de Colombia ante Brasil, que estuvo a punto de vencer a los pentacampeones del mundo. Y Ecuador, al fin, le perdió el respeto a un gigante. Argentina no es la de la Copa América 2021, ni la de la Finalissima, peor la de Qatar. Ha expuesto su clase a ratos y siente la disminución física de Lionel Messi, que caminó en el partido. De lo que no hay duda es que el despliegue físico, la vehemencia de Ecuador desde el silbato inicial le impidió jugar con tranquilidad.
Nuestra Selección pudo haber anotado en dos ocasiones en los primeros 20 minutos, en que arrolló a los albicelestes, pero en el arco gaucho está un fenómeno, Emiliano Dibu Martínez. En los adicionales llegamos al empate, después que Enner Valencia marró un penal y que Jordy Caicedo se comió un gol bajo el marco. Messi falló su tiro penal y creímos que estábamos a punto de llegar a la gesta heroica. Mas apareció otra vez Martínez para convertirse en el salvador de Argentina. Nos eliminó el campeón mundial y de América, pero todo el planeta se mostró asombrado de este rendimiento atípico de la Tricolor, catalogada como de medio pelo desde que Hernán Darío Gómez dijo, antes de debutar ante Italia de la Copa del Mundo 2002: “No buscamos triunfos. Venimos a aprender”.
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Nos queda una lección que ojalá asimilen la FEF, los jugadores y el periodismo. Necesitamos un técnico que tenga altos principios morales, conocimientos y experiencia; que no se preste al manoseo en las convocatorias. Requerimos un técnico que promueva nuevos valores y que potencie a los más veteranos. Ojalá pueda llegar un técnico de la calidad de Néstor Lorenzo, que ha hecho de Colombia un equipo digno de su tradición de fútbol bien jugado, con un James Rodríguez resucitado; o un Fernando Batista, que ha dotado de recursos nuevos a esta Venezuela sorprendente con los goles de Salomón Rondón y valores como Nahuel Ferraresi, Eduard Bello, Yeferson Soteldo y Jhonder Cádiz.
Si la FEF obra con buen juicio; si olvida los prejuicios y se aleja de la influencia malsana que parece revolotear a su alrededor; si contrata un seleccionador del nivel de Lorenzo o Batista; si los jugadores abandonan su arrogancia y su soberbia inoculadas por el periodismo retumbante y destemplado que navega en el ridículo, podemos pensar en un futuro promisorio. Nos sobra físico, pero nos falta creación y gol. Jeremy Sarmiento es una revelación. Kendry Páez una ilusión que tal vez alcance algún día la clase de Álex Aguinaga a su misma edad. (O)