Si fuese un ring tendríamos de un lado a Bartomeu, en cuya presidencia se ha desguazado el maravilloso ballet azulgrana del FC Barcelona. En el otro rincón, un tigre de los llanos: Florentino Pérez. El Tío Floren, con humanos defectos y virtudes, es la extraordinaria cabeza del madridismo. Hace todo lo que esté a su alcance (y un poquito más…) por el éxito de su club. Cuyo ADN, insuflado por Di Stéfano, se traduce en “Ganar, ganar y ganar”. Allí, el cómo no es tan relevante. Ahí estuvo una de las razones primordiales del 34.º título de liga conseguido por el Real Madrid (que cuando lo gana el Barça no sirve, cuando corona el Madrid es un baño de gloria). Barcelona llegó al pandémico receso con dos puntos más, pero jugando cada vez peor. Y en tanto el club catalán se autoincendiaba en denuncias y malestares, el Madrid calladito, cualquier problemita se arregla en casa. A entrenar bien, a intentar descontar esos dos puntos y ganar la liga. Zidane y los jugadores debían hacer el resto. Lo hicieron. Mientras el cuadro azulgrana se reflejó ante el Osasuna en el patético espejo de su autodestrucción, el blanco fue d’artagnanesco, todos para uno y uno para todos. Empecemos por Zidane. Nunca ganará el Balón de Oro al estratega del año, el juego de su equipo es de una simpleza básica, pero es el técnico perfecto para ese club.