Un montoncito de ilusión. Eso era Sergio Galván Rey la tarde del 26 de enero de 1996 cuando descendió del avión en el aeropuerto de Manizales. Un joven de 22 años, un nueve de magros 65 kilos y 1,71 m. Como si fuera un basquetbolista de 1,85. Quién diría… Lo llevaron directo del avión a entrenar después de más de un día de viaje Tucumán-Buenos Aires-Bogotá-Manizales. Imaginamos la cara del técnico del Once Caldas, Orlando Restrepo, al verlo llegar. Le habían dicho que llegaría un goleador argentino; su mente pensó en Kempes, Batistuta, Palermo… Pero vio entrar al vestuario un muchachito menudo, recatado y silencioso. Frunció el ceño: no le vio uñas de guitarrero.