“Nunca tuve miedo en un campo de fútbol, pero había un tío ahí en España que, bueno… Un tal Larrañaga, zaguero vasco de la Real Sociedad. Era durísimo, terrible. Yo estaba recién llegado al Barcelona y vamos a jugar a San Sebastián, en el viejo estadio de Atocha, que cuando ibas a tirar un córner te enganchaban del pantalón con un palo de golf o con un paraguas. Te hacían la vida imposible, las gradas estaban encima. Apenas empieza el partido este Larrañaga se me acerca, traza una raya en el pasto con los tapones de las botas y me dice, señalando a su arco: ‘Chaval, de aquí para allá es mi territorio, no puedes pasar, hacia el otro lado haz lo que quieras’. Lo miré y no le dije nada. Durante el partido me lanzaron dos balones largos, piqué rápido y marqué dos goles, ganamos 2-0. Pero no me confié un segundo, cuando él andaba por izquierda yo me iba por derecha, y viceversa, nunca me le puse cerca, y menos andar con pelota dominada. Al final nos íbamos para los vestuarios y siento que le dice a un compañero: ‘Es el único chaval que no me entendió lo que le dije’. Yo estaba cerca y le respondí: Te entendí todo, cabrón, ja, ja, ja…”.