Si algún socio o seguidor del Ídolo del Astillero piensa que el desastre financiero y administrativo –con graves implicaciones en lo técnico– puede solucionarse en estos días, que empiece a desengañarse. Hoy está peor que nunca y el pronóstico para el futuro próximo es desesperanzador. La institución se muere a pasos agigantados y en las manos de sus dirigentes solo hay una ristra de aspirinas y un paquete de curitas.