El FC Barcelona es un club maravilloso. Alguien puede quemar 300 millones de euros de los socios en Coutinho y Dembelé, luego irse tranquilamente a descansar a Ibiza y adquirir un bronceado magnífico; no le pasará nada. Esto no ocurre en Microsoft ni en Samsung ni en ninguna de las grandes empresas del mundo. Los ejecutivos deben dar explicaciones y, casi seguro, van a la calle. En fútbol no es necesario. Se alega que “no se adaptaron” y asunto concluido. Pero el dinero va y viene. Barcelona anunció en septiembre que durante el ejercicio financiero actual ingresarán 1047 millones de euros, con lo cual se convertirá en el primer club deportivo del mundo en llegar a la barrera de los 1000 millones de ingresos. Y superarla. El tema es que desde hace unos años vulnera la ecuación virtuosa que debe regir todo club de fútbol: generar más dinero para potenciar el equipo y conseguir nuevos éxitos que permitan recaudar más dinero para seguir reforzándose y así continuar ganando. En rigor, el club azulgrana utiliza los recursos para dañar a su equipo y debilitarlo. Porque desde hace años falla una y otra vez en el punto más importante de este deporte: SABER COMPRAR. En una entidad del porte monumental del Barcelona, vender bien no es relevante. Lo importante es depurar siempre el plantel, si se saca millón más o menos no interesa. El tema es lo que se compra. Pagar por Coutinho 160 millones€ (más cuantiosas comisiones) es nocivo no ya por la suculenta erogación, sino por el perjuicio que se hace al equipo. Luego hizo una operación ruinosa de préstamo al Bayern Munich por 8,5 millones€ de euros y se lo quitó de encima, pero ya Countinho había jugado 76 partidos. Dembelé, en cambio, continúa arruinando decenas de ataques prometedores.