Qué bonito es ir al fútbol y no a una batalla. Qué alivio da ir a un partido con la camiseta de tu equipo sin que la Policía ni los guardias privados ni el miedo o los prejuicios te impidan sentarte junto a otros que, multicolores, se instalan sin el estrés que provoca la ansiedad del triunfo o la decepción de una derrota. Total, ganar o perder es la consecuencia del juego y no un presupuesto para matar(se) o morir(se) por el marcador.