Apenas minutos después de terminado el sorprendente Perú 3 - Chile 0, una multitud se concentraba con banderas blanquirrojas en la Plaza de Armas de Lima, síntoma claro de la dimensión que la victoria tenía. La gente no se autoconvoca por miles en un lugar icónico sólo para tomar aire fresco. ¡Había tantos motivos para hacerlo…! Era el pase a la final de la Copa América, para enfrentar nada menos que a Brasil en Maracaná. Era haber goleado a Chile, con el que los separa y los une una vecindad sin cariño, una larga rivalidad más allá de lo deportivo; la Guerra del Pacífico, la pérdida de territorio, la desconfianza mutua. Ya en lo deportivo, una larga paternidad de La Roja en el historial entre ambos… Pero, sobre todo, se citaron para celebrar el fútbol, el juego. Lo goleó a la peruana, tocando la bola con la finura indiscutible del jugador incaico, con las herramientas ancestrales: el toque exquisito, el desplazamiento elegante, la prolijidad en el trato de la pelota, el buen gusto para avanzar trazando geometrías en el campo. Sumando a la técnica habitual una contundencia infrecuente. Encima, con goles hermosos y autores entrañables: el Orejita Flores (llamado a ser ídolo importante), Yotún, un zurdo que en el talón de su fino pie izquierdo lleva la marca “Made in Perú”, y Paolo, el interminable y fantástico Paolo Guerrero, el crack erguido, el que nunca está en el piso ni se agacha, hace todo con una clase admirable sin perder la vertical.