“Nuestro mejor futbolista, Neymar, precisa madurar y volverse hombre”, titulaba su artículo en Folha de Sao Paulo el prestigioso columnista Juca Kfouri. Era septiembre del 2017, a un mes de la llegada del jugador al Paris Saint Germain. Con preocupación, remarcaba las constantes polémicas, embrollos, vedetismos y chiquilinadas del crack que le impedían consolidarse deportivamente. Sin contar la noche, las habituales fiestas y su corte de amigos (los llamados Toiss, que son once y viven con él). Juca lo decía de cara a Rusia 2018, donde Ney debía ser el capitán que comandara el barco campeón. Pero el Mundial convirtió a Neymar casi en una caricatura: se caía y se revolcaba simulando golpes no recibidos o exagerándolos.