El motor carraspea, pierde fuerza, parece desinflarse, no sabemos de dónde proviene la falla; pero algo no funciona bien. Es la máquina del fútbol sudamericano, que a cada manifestación acusa problemas; cada vez más notorios y severos. Primero pasó con los clubes, que quedaron completamente rezagados respecto de los europeos, y ahora no sorprende que pierdan con los de Asia o África. Luego fueron las selecciones, que desde 2002 no obtienen un Mundial y cuya participación ha sido cada vez menos protagónica en esa Copa, que era orgullo del continente. En Rusia ninguna llegó siquiera a semifinales. Los Mundiales juveniles, donde Argentina y Brasil arrasaban, también son esquivos. La Copa Libertadores y los torneos locales fueron perdiendo esplendor por el éxodo temprano y masivo de los pocos que destacan acá (cada vez menos). Ahora vemos que las grandes estrellas sudamericanas en el escenario internacional son mínimas. Quedan Messi y Neymar en la élite. Y luego Suárez, James, Vidal un par de escalones más abajo; hay muchos otros actuando en Europa, pero a un nivel más común. Incluso se han reducido a un número bajísimo los pases a Europa, no porque se logre retener a los talentos, sino porque no despiertan interés. Los cracks por los que pugnan los clubes poderosos -Hazard, Mbappé, Rashford, Griezmann, De Jong, De Ligt- son todos de allá.