Emotiva, intensa, dramática, espectacular, inolvidable final de Libertadores que genera el vilipendiado pero siempre maravilloso y fecundo fútbol argentino, en el que la pasión a menudo desborda los cauces y la adrenalina suele tapar al juego, pero que está permanentemente vivo y es una caja de resonancia sin par. Lo de la “Final del Mundo” era un exagerado eslogan promocional, muy criticado, pero terminó siendo bastante aproximado a lo visto por la tensión y la entrega notable de todos los jugadores, que lucharon con el alma, conscientes de todo lo que representaban. Por el angustioso alargue, por Boca diezmado, con nueve y jugándose la carta postrera del empate con su arquero en el área contraria… Carta que casi se le da cuando el palo le negó el gol a Jara en el minuto 120… Por algunas actuaciones individuales conmovedoras como la del uruguayo Nahitán Nández… Por los cuatro goles, que fueron de altísima factura los tres primeros y no apto para cardíacos el último. Porque el imán que significan Boca y River lograron un marco multitudinario a 10.000 kilómetros de Buenos Aires… Porque la promesa de superclásico atrajo a decenas de personajes del fútbol internacional al estadio del Real Madrid y porque los 350 millones de televidentes que lo siguieron en el mundo no quedaron defraudados sino agradecidos, admirados.