Quisiera sentarme frente a la computadora y empezar a escribir sobre un tema alegre, divertido, evocador de algún momento glorioso, pero el tsunami de descrédito, inmoralidad y desconfianza que vive el país –y al que el deporte no es ajeno– me deprime, al punto de caer en la tentación de darle descanso a esta columna con la intención de que, con el paso de los días, se disipe la bruma y retorne la esperanza para quienes sentimos el país y el deporte en el corazón.