A mis doce años nos fuimos a vivir al lado de un campo de fútbol. Cuando la manzana entera era un terreno baldío, ahí estaba la cancha del Dele Dele, uno de los cuadritos del barrio; el otro era el 25 de Mayo. Mi casa, justamente, vino a interrumpir y achicar las dimensiones del terreno, a profanar ese rectángulo de ilusiones. Y convirtió lo que era una respetable cancha de once en un simple campito. Antes de eso, la gente la tomaba como referencia: “El almacén que está frente a la cancha del Dele Dele”. Se jugaba con arcos como en Primera, con red y un vecino de enfrente marcaba el campo con cal. Después, cuando empezaron a brotarle casas alrededor y achicarlo, perdió importancia.