“¡Bieeeeennnnnnn….! James Rodríguez, en reserva por una molestia en el sóleo, saltó del banco de suplentes y se preparó para ingresar al campo. Colombia empataba 1-1 con Japón. Los miles de hinchas colombianos celebraron. James, ante todo, representa la esperanza, encarna la ilusión. Ipso facto vino el desencanto: la placa del cuarto árbitro indicaba que quien debía salir era el talentoso Juan Fernando Quintero. Corrían apenas 14 minutos del segundo tiempo. Se iba la figura de la cancha. Por su gol (un alarde de picardía: sabía que la barrera saltaría toda junta y mandó su tiro libre al ras, sorprendiendo al arquero Kawashima); por sus pases iluminados, por su conducción lúcida. Y por su zurda de terciopelo.