Mi compañero Vicentino Galo Palacios se muestra eufórico al ver una portada de la revista Estadio en la que aparecen el Rey Pelé y Luciano Macías con el fondo de las graderías del estadio Modelo Guayaquil. La foto fue tomada el 7 de enero de 1962, con ocasión de la segunda visita del Santos a Guayaquil.

Como todo niño porteño, Galo –exjugador de LDE y de las selecciones de nuestro querido Colegio Nacional Vicente Rocafuerte– recuerda con nostalgia que fue al estadio de la mano de su padre a ver los grandes partidos que se jugaban en el Modelo. Tiene vivo el recuerdo de Pelé, pero se pone eufórico cuando habla de Garrincha, aquel mago que nos visitó en enero de 1963 con Botafogo para enfrentar a Barcelona. Con gusto le prometí escribir sobre el tema porque comparto con entusiasmo la bella añoranza de aquel festival futbolero que no podrá repetirse jamás.

Hoy los sesudos e intraducibles ‘analistas’ que se vuelven sabios luego de ver tres partidos, podrán hacerse lenguas de las ‘tácticas’ y las ‘estrategias’ que ponen en práctica los técnicos y sus once soldados obedientes. Podrán atragantarse con su léxico esotérico (“falta basculación defensiva”; “no hay relevos en el paralelepípedo del medio campo”), pero a la hora de las evocaciones, con el otoño a la vista, no podrán convocar a esos duendes alocados que transformaban un partido de fútbol en una kermesse, que nos dejaban con ojos y boca abiertas y las palmas enrojecidas de tanto aplaudir.

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Mi tesoro memorístico está en el sencillo armaje de cemento, hierro y madera del viejo estadio George Capwell, donde iba Galo de niño a ver entrenar a los equipos. Por esa canchita pasaron astros que hoy son parte de la leyenda sudamericana y mundial. Los más veteranos no se cansan de nombrar al Charro Moreno, Tucho Méndez, el Atómico Boyé, el Portón de América Perucca, el Narigón Rossi, Julio Cozzi, Loncha García, Casimiro Ávalos y tantos otros astros del Sudamericano de 1947. Alfredo Di Stéfano, que había sido campeón en ese torneo, volvió con Rossi y el Maestro Pedernera en 1949, con Millonarios, y en 1950 apareció en el Capwell el genio de Waldir Pereira, Didí.

El primer jugador que se ganó un lugar en mi caja negra era argentino. Se llamaba Basilio Padrón y jugaba en el Río Guayas de alero derecho, el sitio predilecto de los futbolistas locos. Y le pusieron así, Loco. Corría medio encorvado y por eso le chantaron otro apodo: Carapacho. Era un artista del balón y del regate. A veces no quería aflojar el esférico y se sacaba a uno y a otro, y se daba media vuelta para buscar a quien driblar o hacerle un túnel. Sus compañeros lo reprendían, pero él no enmendaba la plana. Fue un engreído del público y los que lo vieron no podrán olvidarlo. Un día tomó un boleto a España y allá triunfó (en Las Palmas y Valencia).

Después pude ver a otros que podían escribir un tratado del fútbol: Alejandro Mur y el Muñeco Coll, en Deportivo Cali; Omar Míguez, de Peñarol, campeón mundial en el Maracanazo; el increíble Zizinho, en el Bangú; Julinho, en el Palmeiras; Nilton Santos en el Botafogo en su primera visita en 1954; y Pelé en 1959 con el Santos. Es apenas una diminuta muestra de las estrellas foráneas que pasaron por el Capwell en una época en que, como dijo un comentarista radial en un mamarracho memorable, “aún no se sabía jugar al fútbol”.

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Alguna vez, hace muchos años, nos agarramos en una larga charla con mi viejo y admirado amigo José Vicente Loco Balseca. “Todas esas locuras que yo hacía en la cancha se las aprendí a Padrón. Me encantaba verlo jugar, pero como yo era centro delantero o interior no tenía chance de divertirme tanto. Cuando llegó Raffo me pasaron a la banda derecha y allí exploté” nos decía. Junto a Jorge Pibe Bolaños y a Raffo, forjó el crecimiento de la pasión azul. Ellos sacaron a Emelec del exilio burgués de la tribuna y lo llevaron a la general, al corazón puramente popular. Su duelo con Luciano Macías llenaba los estadios.

El fútbol de hoy es demasiado serio. “Los regateadores escasean. Han desaparecido a la misma velocidad con que desapareció la calle como escuela, la astucia como asignatura obligatoria y el juego como territorio abierto al riesgo. Cuando el fútbol era un juego pobre, simbolizaba la lucha por la vida. En el campo, gente humilde que había encontrado en el fútbol un modo de expresión y una aproximación a la belleza, exhibía su talento ante miles de tipos igualmente humildes (en su mayoría) que sabían expresar la destreza, la originalidad y la picardía”, dice el argentino Jorge Valdano en su libro Fútbol: El Juego Infinito.

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“Si algún día el fútbol se muere, será de seriedad”, dijo el uruguayo Eduardo Galeano en su estupendo libro El Fútbol a Sol y Sombra. Los técnicos de hoy echarían de su equipo a Padrón. Multarían al Loco Balseca y a Daniel Pata de Chivo Pinto. Mandarían al destierro a Enrique Pajarito Cantos y a Jorge Mocho Rodríguez. El Pájaro sería detenido por orden del entrenador luego de cada bicicleta.

La noche de Garrincha en el Modelo aquel enero de 1963 fue una obra maestra de la que no existe un video. Un jugador de origen humilde, con defectos congénitos, analfabeto y despistado, llegó un día a probarse en Botafogo. Lo primero que se le ocurrió fue hacerle un túnel a Nilton Santos, a quien se llamó luego La enciclopedia del fútbol. En el amanecer de su fama llegó en 1954 a Guayaquil para medirse con el campeón Unión Deportiva Valdez. Entró en el segundo tiempo, pero el marcaje al centímetro de Carlos Serrado lo mantuvo a raya.

En 1958 fue al Mundial de Suecia. El técnico Vicente Feola no lo quiso alinear de entrada. No confiaba en él. El psicólogo lo tildó de irresponsable. Nilton Santos, Djalma Santos y Zito pidieron por él y por Pelé. Feola obedeció a los referentes y fueron los dos los que llevaron de la mano a Brasil a ganar su primera Copa del Mundo.

En el Modelo Garrincha dio la más acabada demostración de fútbol que se haya visto en Guayaquil. Hizo todo lo que un ser humano podía hacer con un balón, pero le agregó toques extraterrestres. Regates, frenos, amagues, pisadas, pases imposibles y hasta goles de tiro libre advirtiendo por donde iba a entrar la pelota. Era Houdini y David Copperfield vestidos de futbolista. Sin exagerar, Garrincha fue Di Stéfano, Pelé, Maradona y Messi juntos. Un ángel con las piernas torcidas como lo llamó Vinicius de Moraes en un célebre poema. (O)

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Los regateadores han desaparecido a la misma velocidad con que desapareció la calle como escuela, la astucia como asignatura obligatoria y el juego como territorio abierto al riesgo”.