Cuando gané la medalla de oro en los 200 metros estilo mariposa, en los Juegos Panamericanos de Cali 1971, el Comité Olímpico Ecuatoriano me seleccionó para participar en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972; también el relevo 4x200 metros, que quedó en quinto lugar que también fue considerado para asistir a los JJ.OO. en Alemania.

El entrenador escogido para dirigir al equipo fue Ron Ballatore, técnico de Eduardo Orejuela en el Pasadena City College (EE.UU.), sitio donde se concentrarían los otros nadadores que se nos unirían luego de terminados sus periodos colegiales y universitarios.

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El 20 de enero de 1972 viajé para reunirme con Eduardo Orejuela, que ya tenía escogido un sitio para vivir: un garaje convertido en departamento, muy convenientemente ubicado a una cuadra de la piscina, donde se entrenaba.

Para la preparación el Comité Olímpico me asignó $ 200 mensuales, que se distribuía de la siguiente manera: $ 20 para pago del entrenador, $ 80, que era la parte proporcional del alquiler que incluía agua, luz y teléfono; los restantes $ 100 eran para la alimentación.

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En las tardes practicábamos en una pileta de 50 metros en el barrio de Monterrey Park, que quedaba aproximadamente a hora y media de Pasadena. Eso lo hacíamos coordinándonos con los nadadores del equipo de Pasadena Swimming Asociation, que tenían carro y nos pasaban recogiendo. Los tres primeros meses fueron los más duros debido a la adaptación; el hecho de ser latinoamericanos no ayudaba mucho en ese entonces y los 24.000 metros diarios que debíamos nadar tampoco facilitaban las cosas.

La primera prueba de fuego vino en el Campeonato Invitacional de Los Ángeles, en la antigua piscina donde se realizaron las pruebas de los Juegos Olímpicos de 1932. Mark Spitz estaba allí; era la primera vez que nos topábamos. Él actuaba diferente a los demás nadadores, todos estábamos debidamente equipados, con toda la indumentaria que se usa para estos torneos: calentadores, camisetas, banderolas alusivas a los diferentes equipos, en fin todo lo que nos hacía sentir nadadores de élite.

Pero Spitz vestía jeans, zapatos de caucho y una camiseta sin ninguna alegoría alusiva a su equipo. No miraba a nadie, estaba solo en una esquina sumido en sus pensamientos. Un aura de misticismo lo rodeaba y todos murmuraban sobre las marcas y cuántos primeros lugares iba a ganar. Cuando lo llamaron a su prueba cientos de pares de ojos se enfocaron en él. Realizó una breve rutina de flexibilidad y se dirigió a los bloques de partida.

La pruebas eran 100 metros mariposa, finales por tiempo. Eso significa que solo se nada una vez y al final de la carrera las tres mejores marcas obtienen las medallas de oro, plata y bronce. Son aproximadamente doce series con noventa y seis nadadores ubicados en los carriles de los más lentos hasta la última serie, donde están los ocho más rápidos.

Yo estuve en la serie anterior a la de Spitz. Igual que todos los presentes, público y nadadores, nos pusimos de pie para verlo nadar; después de todo era el mejor del mundo en ese entonces, lo que es Michael Phelps hoy en día. Aún mojado me ubique al borde de la pileta como tantos otros para observar a quien sería mi más fuerte rival en los Juegos Olímpicos. Esperaba medir mis tiempos con los de él en Cali y había empatado su récord panamericano.

Para mi sorpresa y asombro de todos, Spitz hizo dos partidas falsas, las que se permitían entonces, y fue descalificado. La última serie de la competencia se nadó con los carriles números 4 vacíos, cosa rara en la natación de alta competencia.

Me habría gustado ganarle en el agua, brazada a brazada, y no por descalificación, pero las reglas son las reglas. Meses más tarde nos veríamos nuevamente, pero esta vez ya en la final de los 200 mariposa, en los juegos olímpicos de Múnich, donde obtuve un cuarto lugar, fue decimotercero en 400 combinados y decimosexto en 400 libre. Todos estos resultados se consiguieron con $ 1.600 en ocho meses de preparación.