De los movimientos opositores a Rafael Correa, según se ha visto en diversas ocasiones incluyendo el reciente sábado 3 de septiembre en el parque La Carolina de Quito. A saber:
1. Imprecisión. En los datos, cifras y enunciados que impugnan la gestión y los actos del presidente Correa. Se vuelven contra los opositores porque el Gobierno usa la precisión como un fetiche equiparándola a “la verdad” y la utiliza para descalificar esas opiniones adversas en sus cadenas “aclaratorias”. Para cuestionar a Correa, hay que ser más exactos y eso requiere dedicación y trabajo.
2. Reacción en espejo. No se debe responder a este Gobierno en su mismo estilo. No se le puede ganar en su capacidad para insultar, ni en la magnitud insuperable de su desagradable sarcasmo. Tampoco se debe predicar la misma bipolarización maniquea que con maestría utiliza Rafael Correa. Hacerlo implica jugar el mismo juego dual que propone el Gobierno y que excluye la mediación de terceros que representen al pensamiento, el lenguaje y la ley.
3. Victimización como único objetivo. Si hay muchos que se han sentido insultados por este Gobierno y ahora crece el número de quienes se sienten perseguidos, ya no basta con quejarse por ello. Hay que responsabilizarse acudiendo a la justicia, y si se cree que los tribunales ecuatorianos no la garantizan, entonces hay que dirigirse a tribunales internacionales.
4. Discurso monotemático. Pretender organizar una oposición que se sostenga en un “contra Correa” como único elemento aglutinador de lo heterogéneo y eje temático solitario de convocatoria, es una empresa corta de miras, ineficiente en su objetivo y que corre el peligro de repetir el mismo ciclo que los ecuatorianos conocemos: deponer y reponer caudillos.
5. Falta de propuestas. Más allá del “contra Correa”, es imprescindible construir propuestas concretas y prácticas que le interesen a todo el país, a su integración, a su productividad, a su seguridad, a su desarrollo político, cívico, social, cultural y económico. Limitarse a demandar “libertad” es un lamento etéreo, pasto abonado para el sarcasmo gubernamental.
6. Convocatoria limitada. Hay que cuestionarse por qué estos movimientos solo convocan a las clases altas, medio-altas y medio-medias pretensiosas. Es evidente que el Gobierno ha copado el apoyo de las clases desfavorecidas (que son mayoría), no solamente por su política clientelar, sino por haberse ocupado de sus demandas. ¿Tienen los movimientos anti-Correa algo concreto que proponer y ofrecer a los pobres del Ecuador?
7. Impaciencia e inmediatez. Las multitudinarias manifestaciones que respaldan al Gobierno se sostienen –en buena medida– en la psicología de las masas y por tanto, en el amor al líder; por ello tienen el beneficio de la inmediatez y el riesgo de la fugacidad. Rafael Correa hay uno solo, felizmente para muchos y desafortunadamente para otros tantos. Un movimiento adverso del mismo tipo tendría que fundarse en el odio y en la suplantación mesiánica. Todavía no hay tanto odio ni otro mesías a la vista. Si se quiere regenerar la política ecuatoriana y producir verdaderos cambios para beneficio general, los ritmos de la oposición serán diferentes y esta deberá construirse sobre otros fundamentos, además de los afectos. Las consignas “fuera Correa, que renuncie” no aportan nada para eso.