La muerte de la opinión crítica en el Ecuador es una posible realidad que ha sido impulsada por la revolución ciudadana. La acción preprocesal de Alembert Vera para conocer quién es el autor de la columna ‘Fregando la pita’ que publica regularmente el diario Hoy, y para recabar el texto íntegro de la misma (¡qué ridícula y obtusa que puede ser la falsa solemnidad de los procedimientos judiciales nacionales!), indica que un dispositivo intimidatorio del poder político estatal frente a quienes emiten juicios de valor en los medios de comunicación está descontrolado, pero en marcha. Y ese sí que avanza. En los libros esto se llama totalitarismo.

En una práctica totalitaria los representantes temporales del poder político se conciben a sí mismos como seres extraordinarios dotados de superpoderes que nadie puede atreverse a objetar; así lo sancionan en las leyes, como puede estar sucediendo en el dizque debate sobre la Ley de Comunicación. Con esto, la función de la crítica pierde sentido, especialmente si recordamos el origen del vocablo: al criticar se pone en crisis algo: una idea, un discurso, una conducta. Y al poder absoluto y supremo le desagrada ser puesto en cuestión, pues detesta que se detecte su desequilibrio, su inconsecuencia y su oquedad.

Escribir en un periódico impreso es un privilegio, a veces inmerecido; mas no concibo una sola frase que no esté dirigida a señalar los límites del poder oficial, bajo cualquier ropaje en que se exhiba. Iba a decir ropaje ideológico, pero hasta ahora es imposible discernir el norte de esa mescolanza empresarial procapitalista y neoburguesa con toques de lastimeras dolencias por los pobres que inspira la mercadotécnica de la oportunistamente llamada revolución ciudadana. Por eso me autocensuro porque el frenesí dinerario y carcelario que ha mostrado el poder excede toda arena en la que podamos disentir de igual a igual, como lo que somos en tanto compatriotas.

El poder cree que todos deberíamos reverenciarlo. Eckhart Tolle, en Una nueva Tierra: un despertar al propósito de su vida, quizás ayude a entender el ambiente en que vivimos: “Las manifestaciones colectivas de la locura asentada en el corazón de la condición humana constituyen la mayor parte de la historia de la humanidad. Es, en gran medida, una historia de demencia. Si la historia de la humanidad fuera la historia clínica de un solo ser humano, el diagnóstico sería el siguiente: desórdenes crónicos de tipo paranoide, propensión patológica a cometer asesinato y actos de violencia y crueldad extremas contra sus supuestos ‘enemigos’, su propia inconciencia proyectada hacia el exterior; demencia criminal con unos pocos intervalos de lucidez”.

Y sigue: “El miedo, la codicia y el deseo de poder son las fuerzas psicológicas que no solamente inducen a la guerra y la violencia entre las naciones, las tribus, las religiones y las ideologías, sino que también son la causa del conflicto incesante en las relaciones personales. Hacen que tengamos una percepción distorsionada de nosotros mismos y de los demás”. Son gravísimos, pues, los efectos que para el país entero tendrán, si prosperan, las trastornadas sentencias –que nos hacen desiguales ante la ley– en contra de EL UNIVERSO y Emilio Palacio… Por esto, mejor me autocensuro desde ya. Conste que estoy temblando de miedo y que retiro mis palabras.