Termina el suplementario y vamos a la lotería de los penales…”, informa el narrador radial o televisivo. Lo de lotería es un clisé sin fundamento: pocas cosas tienen menos contenido de azar que el disparo de los doce pasos. Siempre decimos que si “la definición por tiros desde el punto del penal” (tal su denominación correcta) fuese una lotería, el entrenador elegiría a los cinco jugadores de más suerte que tiene en el equipo.

Pero no, elige a los cinco que mejor patean. O a los que más confianza se tiene. Incluso cuando se avizora que se va irremediablemente a definir por esa vía, si aun tiene un cambio y hay un buen ejecutante en la banca, el técnico lo pone y se asegura un disparo bueno.

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Lo que se omite decir es que la definición por penales suele no ser similar a las capacidades y a los méritos que dos equipos exhibieron durante el partido. El que peor jugó puede ser el mejor en los penales. En aquel célebre partido del Mundial 1998 entre Francia y Paraguay, el equipo local era muy superior, pero en el alargue atacaba desesperadamente porque estaba convencido de que, si iba a la tanda de penales, Chilavert lo dejaría fuera del título. Dos penales, mínimo, se hubiese atajado el fenomenal arquero. Y uno hubiera convertido. Era vivísimo, tenía una personalidad avasallante, que achicaba a cualquier rival, y un cañón en el pie izquierdo.

Esta Copa América, con sus muchos empates y pocos goles, ha determinado tres definiciones desde los once metros. Las dos de Paraguay (ante Brasil y Venezuela) le dieron la victoria sobre equipos que lo habían bombardeado en el juego. Y Uruguay ganó habiendo buscado menos la victoria. A mucha gente le fastidia este tipo de epílogo para un partido, pero de algún modo hay que desempatar. Y hasta hoy nadie propuso una manera mejor.

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Bien pateado, es gol. El penal es un hecho psicológico, pero también técnico. La velocidad del balón es mucho mayor a la reacción humana. Fuerte y bien dirigido, es indetenible. Como dice Sergio Goycochea, experto en el arte de tapar penales, “si la bola va a 50 cm del palo, no hay forma de sacarla”. El 99% de los tiros que se paran son los remates defectuosos, anunciados o al medio del arco.

Esperar hasta lo último. Cuando Liga de Quito ganó por penales la Libertadores 2008 frente a Fluminense, el técnico Edgardo Bauza no pudo soportar la tensión y se fue al vestuario. “Me dio una sola indicación: que esperara hasta el último instante para ver dónde iba la pelota y allí me tirara”, cuenta José Francisco Cevallos, héroe de aquella jornada. Era la estrategia de Goycochea y la que todos los arqueros deberían emplear: no adivinar; esperar el disparo y ahí sí, arrojarse. Si el remate no es lo suficientemente fuerte, si sale mordido o va al medio del arco, es pelota del arquero. Y muchos van al medio. Los goleros que se juegan a un palo antes de ver el disparo, rara vez paran un penal.

Todo para ganar. “El golero parece estar indefenso ante un pelotón de fusilamiento”, se quejan muchos. Nada que ver. El guardameta tiene todo para ganar y nada por perder. Si no ataja ningún remate, no tiene culpa; si tapa uno, es la figura; dos, el héroe, y así… En la tanda es más importante un buen arquero que un buen ejecutante. Porque el guardameta está en todos.

Sin moverse. Muchos rematadores tienen decidido dónde mandar la pelota. Pero otros esperan un movimiento del portero para cambiar la dirección de la pelota. Por eso, la virtud de Justo Villar, el uno paraguayo, es quedarse quieto. Eso le genera un problema al rival. Los brasileños que le patearon daban pasitos cortitos, mínimos, esperando que Villar se inclinara hacia algún lado. No lo hizo y cuando aquellos llegaron a la pelota aún no habían elegido dónde direccionar el tiro. Además de impactar mal, fallaron principalmente por eso, por “tirar a cualquier lado”, como dice la tribuna.

Primero y tercero. El primer penal y el tercero son los más importantes. Por eso se los debe confiar a los mejores ejecutantes. El primero porque, si es gol, da ánimo a los que vienen detrás. Y el tercer cobro porque asegura que se cumpla la serie de cinco.

Falla el reglamento. El amague viola la regla del juego limpio, debería estar prohibido para el rematador. Que un futbolista venga a la carrera, se frene y luego siga, es una deslealtad. Si el guardameta no puede tomar ventaja moviéndose de la línea de meta, el rematador tampoco debería poder engañar. Pero se hace.

Alto y junto al palo. Son las dos direcciones perfectas para el disparo. Muchas veces un penal no salió fuerte, pero como va bien contra el palo, es gol igual. Y otra fórmula que no falla es patear arriba. El guardameta se arroja hacia abajo, siempre. El peligro es levantar demasiado el remate.

Imposible desviar. Que el arquero lo ataje, se entiende, pero tirar desviado es un crimen. El arco es inmenso. Para un futbolista que vive pateando desde los cinco años, errarle al objetivo es incomprensible. ¿Se pararon debajo de un arco…?