Los toreros siguen en la subasta de las opiniones porque por fútbol mismo no da pie con bola todavía. Ahora traen a Álex Aguinaga, desde México, donde triunfó largamente como jugador. Respetamos a quien, como Aguinaga, nos alegró con su técnica, su talento desplegado en las canchas, donde hay que reconocerlo, surgía como técnico improvisado de sus propios compañeros. Así fue en el Necaxa, así fue en la Selección.

Hoy lo tenemos en Barcelona, equipo que desde hace 14 temporadas vive de crisis en crisis. Esta situación ha hecho que el club torero no sea noticia de halagüeños comentarios, sino de problemas paradojales que tienen a todo el mundo futbolístico nacional con los más variados y negativos conceptos. Es una especie de Torre de Babel contemporánea. Nadie se pone de acuerdo, porque no hablan el mismo idioma.

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En ese tsunami de angustias Álex Darío debe conciliar todo lo que pueda para salir adelante ante tan corto tiempo, hasta junio. Desde el punto de vista técnico, a nuestro modesto entender, Álex descubrirá que hay cuatro jugadores que practican buen fútbol; que hay otros cuatro que quieren jugar y no saben y tres más que no pueden por su excesivo peso y edad. Pero bueno, dejémoslo a Álex con sus enormes ganas y deseándole lo mejor. Estaré dispuesto a rectificar si los jugadores elevan su rendimiento.

Guayaquil necesita por lo menos dos buenos equipos en la serie A y continuar con su rol histórico en el fútbol ecuatoriano. Esta vez, gracias a lo que pueda hacer el Güero.

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Barcelona, por su historia y estirpe, debe pelear por los roles protagónicos y está muy bien que Aguinaga trabaje en lo psicológico, que es necesario, a no ser que el ahora flamante entrenador tenga que buscarse un psiquiatra en junio.

Mientras, Emelec completó su racha triunfadora como local ganándole al Manta (2-1) en su reducto del Capwell, a pesar de jugar con su equipo alterno. Y lo hizo bien. Mereció el triunfo porque fue más que los manabitas. El asunto se decidió por la solidez, velocidad, toque y juventud del equipo eléctrico.

Serenamente, expectando ese juego, la gente no dudó del triunfo azul. La juventud, si se aprovecha, con buen juego es imparable. Hay veteranos, como Édison Méndez, que miden bien sus tiempos; claro que está Walter Iza, que aunque mayorcito, es un descubrimiento de última hora.

Pero el tercer ‘veterano’, por decirlo de alguna manera, es Gabriel Achilier. Y le dedico unas palabras. Comparado con sus compañeros da la sensación de ser brusco y atolondrado en la marca, de bartoleo impenitente. Pero mirado más acuciosamente es un defensa leal que las peleas todas con un fervor y una entrega digna de una devoción inalterable. Siempre se levanta su camiseta para mostrar su amor a Dios. Y todo lo relaciona con esa fe. Hay que mirarlo: es fuerte, muy encarador y jamás se da el postín de malintencionado. Jamás.

Estas líneas mías son un homenaje a esa honestidad y humildad que alcanzó su máxima dimensión el miércoles 23 de marzo. Achilier atacó de forma sorpresiva al Independiente, se sacó consecutivamente, con buena gambeta, a cinco adversarios y remató cruzado al segundo palo del arquero para conseguir la tercera anotación. Golazo y humildad son un buen sinónimo. Felicitaciones.

El título de esta columna incluye a la Selección de mayores que dirige Reinaldo Rueda. La verdad, todavía no nos convence lo suficiente como para opinar. Claro, es verdad que son juegos de prueba, de ensamble y no están todos los que son, ni son todos los que están. Habrá cambios de rigor. De nuestra parte seremos pacientes y esperanzados. Mejoremos.