Debido a las evidentes diferencias culturales y religiosas, podríamos observar las crisis políticas surgidas en los países árabes de África del Norte, con la curiosidad propia que depara una revuelta popular de esa magnitud en cualquier parte del mundo, sin suponer lecciones relacionadas con la realidad política de nuestros pueblos. Sin embargo, hay ciertos detalles en las protestas que se han dado en Túnez, en Egipto, en Yemen y quien sabe después en que otro país, que evidencian coincidencias en el comportamiento colectivo de los pueblos que bien merecen ser comentadas.

Debemos comenzar constatando la fragilidad y volatilidad de las circunstancias políticas, por más afianzadas y seguras que parezcan estar. Trato de explicarme: en el caso específico de Túnez y Egipto, muy pocos analistas hubiesen podido imaginar cómo, en cuestión de días, regímenes con un ejercicio de poder de varias décadas, se caigan o tambaleen tan dramáticamente y de forma tan violenta, con mayor razón si se conoce la estructura totalitaria y autocrática bajo un ropaje supuestamente democrático con la que esos países han sido gobernados durante años, y que, curiosamente en ciertos casos como el de Muammar al-Gaddafi en Libia, ha servido de inspiración para el proyecto político bolivariano de Hugo Chávez.

Por otra parte, debe resaltarse tres circunstancias que, en las protestas referidas, se han convertido en factor fundamental para el éxito de las multitudinarias movilizaciones: en primer lugar, la presencia callejera, al principio de decenas, luego de miles de personas que se han manifestado en contra de sus gobiernos; en segundo lugar, el hecho de que la gran mayoría de manifestantes sea gente joven cansada de estos proyectos políticos a largo plazo; y en tercer lugar, la importancia estratégica de internet y las redes sociales (Facebook, Twitter, etcétera), que se han convertido en referentes indispensables para la convocatoria a la protesta callejera y, en general, para transmitir el descontento generalizado sin censura previa ni propaganda política que tergiverse las causas de la rebelión.

Cabe una reflexión adicional, especialmente si se considera que al menos en el mundo árabe, lo que se inició hace algunas semanas en Túnez ha tenido un efecto dominó indiscutible. ¿Podría ampliarse ese efecto y contagiar a otros pueblos que soportan también proyectos totalitarios durante décadas, como en el caso específico de Cuba? El punto es que la contestación a esa reflexión puede ser tan intrigante como la respuesta que me dio un guía egipcio, al preguntarle acerca de una mujer que bailaba la danza del vientre en las afueras de las pirámides, al ritmo de la cubanísima Guantanamera. “Lo que ocurre –me dijo– es que ella está totalmente sorda”. Preferí no hacer ninguna pregunta adicional al respecto.