Una sola avenida de unos 10 metros de ancho y 400 de largo, algo empinada, polvorienta y llena de heces de ganado, cerdo y aves de corral. A cada lado, no más de 30 casas, algunas deshabitadas. Entre estas, una caseta telefónica con el logo pintado de la desaparecida Pacifictel, que no funciona hace más de dos años; una escuela que suspendió el año lectivo, un comedor comunitario para la tercera edad que tampoco funciona, árboles de ciruela que esperan el verano para dar frutos, un gallo que canta sin noción de la hora, una cerda flaca que huye de sus crías hambrientas, una casa comunal recién inaugurada que contrasta con las construcciones vecinas, y una iglesia sin párroco.

Frente a la iglesia, una glorieta color ladrillo y verde, unas bancas dobles vacías, una leyenda que habla de un hombre de piedra capaz de atraer a la lluvia, a la prosperidad y a la fertilidad, de sus devotos que olvidaron cuidarlo durante una fiesta, de un rapto y abandono, de una sequía y de una ola de migración. Ahí está un tótem de cemento al que nadie adora por ser réplica, una cruz de madera huasango de casi dos metros, y a su lado, un vacío.

Un espacio vacío que por más de 60 años ha esperado a San Biritute, un monolito de piedra que para los habitantes de la comuna Sacachún, a 50 kilómetros de la capital de Santa Elena, representa la oportunidad de atraer al turismo y mejorar las condiciones de vida de sus casi 100 habitantes, que han crecido escuchando que cuando se llevaron al “señor de la fertilidad y la lluvia”, también les arrebataron la prosperidad.

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La historia publicada por el Ministerio de Patrimonio Cultural asegura que la escultura fue hallada en el cerro Las Negras, junto con ocho figuras antropomorfas más que permanecen en las poblaciones aledañas de Julio Moreno y Juntas del Pacífico. No se registra una fecha exacta, pero se conoce que en 1930 un geólogo de apellido Bushnell, de la Anglo Ecuadorian Oil Field, expresó en sus reportes que “había ídolos de piedra en la zona de El Morro y Santa Elena”.

Según la creencia de los comuneros, en Sacachún, si no llovía durante los primeros días del invierno, los agricultores latigueaban a San Biritute, hacían explotar pequeñas raciones de pólvora en su cuerpo y lo amenazaban con fuego. Entonces llovía y crecían los cultivos. También dicen que las mujeres con problemas para concebir se acercaban desnudas a frotar su cuerpo sobre la piedra para luego consumar el acto con su esposo. Entonces se embarazaban, alumbraban, la calle se llenaba de niños risueños y el pueblo sentía que amaba más a su santo.

Esa facilidad para que lleguen las lluvias y los niños, según los sacachuneños, terminó la madrugada del 30 de septiembre de 1949, cuando los habitantes de Sacachún celebraban las fiestas patronales de San Jerónimo. Miembros del Consejo Municipal de Guayaquil se llevaron a la fuerza al monolito. “Desde ese día, la comuna perdió su prosperidad”, es el comentario generalizado entre los pobladores, aunque casi ninguno vivió la época de supuesta bonanza.

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Pero, además del rapto, los comuneros creen que San Biritute se enojó por el trato recibido. El tótem de piedra apareció en la intersección de las calles 10 de Agosto y Pedro Carbo, en Guayaquil, donde permaneció por cuarenta años, recibiendo burlas y hasta vistiendo colores de partidos políticos durante las campañas electorales, comentan los comuneros. Este, considerado un ídolo pagano por la Iglesia católica, fue trasladado al Museo Municipal de Guayaquil en 1992, para exhibirlo al público en una sala especial, donde se encuentra hasta hoy.

Al mediodía del jueves pasado, pese a la llovizna de la noche anterior, Sacachún lucía seca, árida, polvorienta y desolada. Unos diez hombres estaban en la rueda de prensa que ofreció Esteban Delgado, director de la regional 5 del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, en La Libertad. Ahí se anunció que muy probablemente el próximo 20 de marzo, día del Sol recto o solsticio, San Biritute estará de vuelta en la comuna que lo reclama. El Municipio de Guayaquil comunicó tener la disposición de entregar el monolito, siempre y cuando haya las condiciones necesarias para su preservación.

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Los demás habitantes se habían ido a un velatorio en una comuna cercana. Apenas se oían los ruidos de los animales que caminaban libres por el lugar.

De pronto, llega un pequeño camión color rojo. De su cajón de madera se bajaron alrededor de 20 personas adultas, casi todo el pueblo, dijo Francisco Lino, uno de los comuneros que asistió a la rueda de prensa.

En cuestión de minutos, la avenida de tierra otra vez quedó vacía y con un escenario deforestado como fondo. Francisco Tigrero, de 76 años, vicepresidente de la comunidad, recuerda que a falta de pastos verdes queman troncos de árboles para producir carbón, y esta práctica lleva más de tres décadas.

En el libro Yo soy más indio que tú, de Martín Bazurco Ozorio, publicado en el 2006, se menciona que las comunas de Santa Elena atraviesan momentos decisivos para su supervivencia. “El deterioro ambiental traducido en una creciente deforestación y sequedad de los suelos en toda la Península ha impactado negativamente en las actividades de subsistencia de estas comunidades”, asegura la publicación de corte antropológico, donde se añade también que durante las dos últimas décadas se ha acentuado la pobreza estructural en la que viven estos pueblos, una realidad que continúa.

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Sacachún es un asentamiento aislado con pobladores que exigen el regreso de San Biritute, con la esperanza de que su santo, al menos, atraiga al turismo. Una población cuyo único servicio básico recibido es la energía eléctrica; donde los habitantes, el 50% de la tercera edad, deben comprar el líquido vital a unos carros distribuidores que pasan una vez a la semana, y donde visitar al médico toma dos días, pues para llegar a La Libertad, al centro de salud más cercano, deben tomar un pequeño bus azul, viejo y destartalado, al mediodía. Llegan, se atienden, piden posada a algún conocido y al día siguiente deben madrugar a esperar que el mismo bus azul los regrese a la entrada de su comuna, a esa ancha avenida polvorienta.