Nunca pensaron en quedarse en Quito más de un día. Petrona Cazco, Rosa Sópalo y Rosa Maldonado salieron de la comunidad Libertad (cerca del páramo de la zona de Cayambe, al norte de Pichincha) con cuatro dólares en la mano: tres para el bus y uno para el almuerzo.
Su idea siempre fue sumarse a la marcha para protestar en contra del proyecto de Ley de Aguas enviado por el Gobierno y que esta semana entró a su debate final en la Asamblea. Están convencidas de que esa propuesta es privatizadora. Eso es lo que les han comentado sus dirigentes.
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El martes por la mañana, en medio de unas 1.500 personas, rodearon al Legislativo y participaron en una protesta que, de la noche a la mañana, se convirtió en una movilización indígena a nivel nacional.
Fueron reprimidas, respiraron gases lacrimógenos, corrieron por las calles aledañas a la Asamblea, se escondieron donde pudieron. Pero regresaron para protestar por el agua.
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“Cuando la Policía nos reprimió, corrimos; pero yo me perdí porque no conozco; buscando llegue a dar con los de mi comunidad”, dice Cazco.
Al anochecer, el presupuesto de las tres mujeres se quedó corto, igual que el de cientos de indígenas que habían llegado de otras partes de la Sierra.
La protesta se extendió hasta las 22:00. Luego un grupo fue a descansar en las sedes de la Unión Nacional de Educadores, de la Ecuarunari y de la Conaie. Durmieron en el piso.
Afuera, en las calles de Quito había una llovizna similar a la del páramo. La temperatura bordeaba los 10 grados centígrados.
Cazco y sus dos compañeras tuvieron algo de suerte. Un vecino suyo las hospedó en un local comercial. Pusieron un plástico como colchón y sus chales como cobija.
Algunos dirigentes indígenas se quedaron a dormir dentro de la Asamblea, recuerda Delfín Tenesaca, presidente de la Ecuarunari.
Ayer, el Legislativo amaneció con un fuerte resguardo policial. Al mismo tiempo, en el parque El Arbolito, a dos cuadras del recinto legislativo, unos mil indígenas se concentraban para reanudar su jornada de protesta.
No eran todos, otros se encargaban de conseguir la comida. A un kilómetro del parque, a la Casa Campesina del barrio El Dorado, llegaban quintales de papas, cebolla, azúcar, pollos, panela, agua... “Hay provisiones para uno o dos días”, decía el encargado de la bodega.
Hasta el cierre de esta edición no se registraron enfrentamientos con la Policía ni marchas. Los indígenas se mantuvieron en el parque.
Allí recibieron el apoyo de organizaciones sociales, como Acción Ecológica, que llevó unos borregos vestidos con pañuelos verdes, de PAIS, que representaban a los legisladores oficialistas. También llegaron los estudiantes del colegio Mejía, quienes protestan por el alza de la leche.
Las mujeres cocinaron para el almuerzo. Desde las distintas sedes de apoyo, la comida llegaba a El Arbolito en fundas. Para unos, el menú era de arroz con lentejas y para otros, sopa de pollo.
Mientras comían los indígenas escuchaban a sus dirigentes. Marlon Santi, presidente de la Conaie, anunció que si los asambleístas no incluyen sus demandas, los sacarán del cargo “como a los diputados”.
Petrona Cazco, Rosa Sópalo y Rosa Maldonado siguen en Quito, respaldando la protesta y sin dinero.