La actual crisis económica y la posibilidad de racionamientos y cortes de energía eléctrica recuerda a los cubanos el denominado “periodo especial”, en la década de los noventa, cuando el derrumbe de la Unión Soviética en 1991 puso fin a las ayudas que recibía de Moscú.
El diario oficial Juventud Rebelde, portavoz de la Unión de Jóvenes Comunistas, alude a la “crudeza” de aquella crisis, al señalar que menguó drásticamente la dieta de los cubanos, paralizó la industria y obligó a sustituir el uso de automóviles por el de bicicletas.
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La Unión Soviética era el mayor aliado comercial y financiero de Cuba, y sin su ayuda la isla entró en una crisis de la cual el propio gobierno reconoce que aún no sale, al no poder resistir el embargo de EE.UU.
La importación de petróleo se redujo a un 10% y el Producto Interno Bruto (PIB), que en 1990 era de 31,1 mil millones de dólares, pasó en 1993 a solo 19,8 mil millones de dólares.
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La escasez de combustibles afectó especialmente a la agricultura por la paralización de la maquinaria, a lo que se sumó la falta de fertilizantes y de pesticidas. Hubo interrupción en el transporte y escasez generalizada de alimentos.
La reducción en las importaciones de acero y otros minerales provocó la clausura de refinerías y fábricas, paralizando la industria estatal y eliminando millones de empleos.
Una consecuencia positiva fue el impulso al turismo mediante acuerdos con países europeos y sudamericanos para obtener divisas y la diversificación de la agricultura, antes dedicada solo a caña de azúcar.
La situación empezó a normalizarse desde 1998, tras el triunfo en Venezuela de la revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez, que dio a Cuba un importante socio comercial.