¡Cuánta razón tenía Cervantes cuando afirmó que “Las honestas palabras nos dan un claro indicio de la honestidad del que las pronuncia o del que las escribe”!
¡Cuánta sabiduría la de Benjamín Franklin al sostener que “El hombre prudente no se vale jamás de la palabra para el sarcasmo ni para la difamación”!
No son lo mismo el insulto, la ofensa o la mentira, cuando proceden de un ciudadano común que cuando provienen del Primer Mandatario de una nación. Por supuesto, no causan el mismo daño ya que, como bien señaló Manzoni, las injurias tienen una gran ventaja sobre los razonamientos, al ser admitidas sin pruebas por las multitudes.
Las actuaciones de un Presidente de la República están permanentemente bajo el escrutinio público y por ello sujetas al análisis y a la crítica. Al mismo tiempo, su conducta debe ser modelo a imitar, especialmente por los más jóvenes. Pero cuando la reacción ante la crítica carece de virtud, la sociedad entera corre riesgo de sucumbir. Y los más pequeños, de creer que la difamación y el insulto son propios del poder.
Constatar que el poder es concebido desde la prepotencia, hace añorar la presencia de un estadista, cuya actuación, por prudente, respetuosa, tolerante y sabia, constituya ejemplo para la sociedad. No es extraño que cuando desde el poder se generan climas de violencia, en la nación afloren odios, revanchas, frustraciones y complejos, ingredientes necesarios para la lucha de clases.
Como se sabe, la mayor autoridad que tiene un Jefe de Estado no deriva del mayor número de guardaespaldas y militares que tenga cerca. Ni de la frecuencia con que insulta. Ni siquiera de la ley. La autoridad máxima deriva de ejercer la política con honestidad.
Un Presidente de la República debe constituir ejemplo de sabiduría, prudencia, tolerancia y sencillez. Sabiduría para enseñar y convencer con la fuerza demoledora de los argumentos y del ejemplo; prudencia, para saber cuándo callar; sencillez para no envanecerse con un poder que es efímero en su esencia; y tolerancia para poder situarse en el terreno de los demás.
El Presidente, en lugar de demoler mi pensamiento con un proceso lógico de razonamiento, ha afirmado, mintiendo otra vez, que mi acción judicial en defensa de mi honor, forma parte de una estrategia de sectores de la oposición para hacerlo ver como un insultador.
¡Qué censurable que un Presidente de la República, ante una acción judicial presentada para defender un derecho fundamental, replique con más mentiras!
¡Qué lamentable que un Presidente sea capaz de mentir con tanta facilidad! ¿Mi demanda, estrategia de la oposición, es decir, de la partidocracia?; ¿Recadero?; ¿Intención de hacerlo ver como insultador? Creo que en el Ecuador debe desaparecer esta retórica sofista.
¿Ya olvidamos al compatriota que fue llamado “idiota” en España?; ¿Ya olvidamos cuando se tildó de “loca” a la señora Acosta, “vieja pelucona” a la señora Arosemena, “gordita horrorosa” a la periodista Sandra Ochoa, “pitufos” a varios periodistas, “majadera” a Marta Roldós, “infantiles” a quienes no se someten, etcétera?
Señor Presidente, en lo único que usted ha acertado es en que responderá a mi demanda legalmente, como corresponde. Por supuesto que lo veré en las cortes. Tantas veces como injurias pronuncie.