Todos llegan a Montañita. Van y vienen como olas por su playa y calles. Van bronceados y descalzos, visten pantalonetas de surf, camisetas y algunos llevan su tabla bajo el brazo.
Las aceras de este poblado de onda tribal están parchadas por paños llenos de artesanías. Un escenario distinto al que tenía hace 50 años, cuando Montañita vivía de la agricultura, comercio y pesca. En ese balneario, desde los años sesenta, cuando surfistas extranjeros y guayaquileños descubrieron sus olas, el turismo es la principal actividad.
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La orfebre chilena Pelusa Julio recuerda que hacia 1994 los artesanos ecuatorianos empezaron a traer sus creaciones a base de semillas, tagua, madera, conchas, etc. Llegaron tras los turistas nacionales y extranjeros.
Pero los últimos 10 años Montañita tuvo un despertar turístico, y artesanos nacionales, latinos y europeos exhiben ahí sus creaciones. Siempre están de paso por Latinoamérica. “Bajan desde Argentina y suben hasta México, les gusta vivir en la ruta”, comenta Pelusa.
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Los ecuatorianos también hacen la ruta. Es el caso del artesano manabita Colón Cantos: “He salido a conocer otras culturas, gentes y vivencias”, cuenta con cierto acento argentino. Varias veces ha recorrido Perú, Bolivia y Argentina. “Todo artesano cree que si no conoce Montañita, no conociste el Ecuador, ni parte de la ruta”, dice.
En otra esquina de la calle Guido Chiriboga, el sector más bohemio de Montañita, el guayaquileño del cerro Santa Ana, Júnior Calderón, trenza paciente una pulsera. A su lado, el colombiano Hammer Benítez pulsa lento su guitarra, deja de cantar y reflexiona: “Todo el mundo es feliz andando. El mundo se hizo para recorrerlo y como no hay fronteras estoy aquí”.
A medianoche, los artesanos levantan sus paños. Algunos van a descansar.
Otros se suman a la fiesta. Mañana será otro día para ofrecer sus artesanías.
Otros armarán sus mochilas para seguir la ruta nómada. Pero todos volverán porque para quienes la visitan, como canta Hugo Idrovo: “Nada puede ser mejor/ que volver otra vez a Montaña...”.