El padre Antonio Calderón, párroco de la iglesia Cristo Redentor, dice que la brujería sí existe, pero que los cristianos no deben darle valor, porque es dejar de creer en el poder de Dios.Los brujos que hacen magia negra se entregan a los ritos satánicos.Practicarla o realizar otro tipo de ritos para “llamar” al espíritu del mal, como hacen los estudiantes con el juego de la ouija, para sacar buenas notas, es un gravísimo error. Esto puede a veces producir desequilirbios mentales. “Si alguien hace el mal se ligará con el demonio y este poseerá su alma para que quede inclinado al mal y sea un esclavo para servirle. Además, quedará excomulgado (fuera de la Iglesia), porque ha puesto a un lado el poder de Dios para ponerse del lado del poder del maligno”, dice el padre Calderón.Incluso “los llamados brujos blancos, rojos, verdes, quienes leen las cartas o fuman el cigarro son charlatanes y tienen mucha habilidad para engañar, antes de proceder a su acción ha hecho un interrogatorio al interesado, quien suelta frases que dan la pauta para que este le siga el hilo”. En lo contrario, la psíquica Shirley Barahona explica que un brujo blanco o bueno es quien le regala su alma a Dios para ayudar a los demás acogiendo obras de caridad y protegiendo al afectado con limpiezas para mejorar el aura o campo de energía que tiene el cuerpo.Es una persona que mantiene una buena relación con todo el mundo, alguien que tiene paz y, sobre todo, no es conflictiva y su prioridad no es tener dinero, aunque sí cobra para vivir.Agrega: “a los brujos oscuros les encanta hacer dinero porque son materialistas, pero espiritualmente no tienen nada, les va mal en su relación de pareja y tampoco les importa prestarse para hacer el mal o dar malos consejos, que llevan a la persona a sugestionarse”. “Lo mejor que pueden hacer las personas”, dice el padre Calderón, “es acercarse a Dios, pedirle de todo corazón que sus problemas se resuelvan. Pero como de todas formas existen la envidia y el mal, en la Biblia hay salmos de protección divina como son el 23, 91 y 120. Siempre hay que leerlos en la mañana, al mediodía y en la noche”.