| Fotos: Germán BaenaDurante el siglo XVIII, los rusos de alto rango social consideraban que viajar a París formaba parte de su educación, pues así comprobaban su dominio de la lengua francesa, generalmente excelente, y ensanchaban sus. Durante el siglo XVIII, los rusos de alto rango social consideraban que viajar a París formaba parte de su educación, pues así comprobaban su dominio de la lengua francesa, generalmente excelente, y ensanchaban sus horizontes.La alianza franco-rusa empezó en 1051 con el matrimonio del rey Enrique I y la hija de Yaroslav el Sabio, Gran Príncipe de Kiev. En 1896, Francia recibió con grandes honores a Nicolás II, el último zar, quien puso la primera piedra del puente Alejandro III, en homenaje a su padre. El gusto por lo ruso también se manifestaba en la moda. A las parisinas les gustaba lucirse tanto con vestidos bordados, inspirados en los modelos que estaban en boga dentro de la corte imperial de San Petersburgo, como con el ‘sarafan’ (traje nacional) de las campesinas.A partir de 1924, fecha en la que Francia reconoció oficialmente la Unión Soviética, la región parisina se convirtió en el primer destino de los emigrantes rusos, sobre todo el distrito 15, en la capital misma, y la comuna Boulogne-Billancourt (Departamento de Altos del Sena, al oeste de París), donde aún los alquileres resultaban baratos y se hallaban próximos de industrias automovilísticas que requerían mano de obra. Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos soviéticos se instalaron en Francia. Se trataba, en numerosos casos, de prisioneros de guerra que se habían evadido de los campos alemanes o habían sido liberados por los Aliados. Una gran parte de ellos, atemorizada ante la represión estalinista, prefirió cruzar el Atlántico e instalarse en los Estados Unidos. La tercera generación de emigrantes llegó en los setenta con los primeros disidentes y la cuarta después de la perestroika y la decadencia del régimen soviético. La Iglesia OrtodoxaEl cristianismo ortodoxo es la religión predominante en Rusia desde 1054, año en que se produjo el cisma entre el Papa y la cristiandad de Occidente, y el Patriarca de Constantinopla y la cristiandad de Oriente. Conforme a tradiciones muy antiguas, Andrés, uno de los doce apóstoles, hermano de Simón Pedro, llegó a Bizancio (conocida como Constantinopla a partir del 333 d. de J.C., y que hoy corresponde a la ciudad turca de Estambul) en el año 36 dC., donde vivió dos años y fundó una iglesia antes de continuar sus prédicas en el resto del mundo griego. Pedro, de acuerdo con estas mismas tradiciones, ejerció su ministerio pastoral desde Roma. El hecho de que se considere a Andrés como cabeza de la Iglesia Ortodoxa y a Pedro de la Iglesia Católica muestra que entre ambas instituciones religiosas existe una verdadera relación de fraternidad, incluso si discrepan con respecto a ciertos dogmas, ritos litúrgicos y cuestiones administrativas. Un conflicto de dogma fue, precisamente, lo que las separó. En el Concilio de Toledo (589) se modificó el credo original: el Espíritu Santo ya no procedía del Padre ‘a través del’ Hijo, sino del Padre y ‘del’ Hijo. A estas tensiones se añadieron otras que condujeron al cisma de 1054. La Iglesia Ortodoxa se asienta sobre el principio de la constancia e inmutabilidad de los dogmas de la doctrina cristiana primigenia, reconociendo las decisiones de los siete concilios ecuménicos convocados entre 325 y 787. Acepta los mismos siete sacramentos de la Iglesia Católica –aunque la eucaristía y la confirmación se confieren a los niños– y no exige el celibato de los sacerdotes, únicamente de los obispos y monjes. Veneran a la Virgen María, quien concibió al Hijo de Dios bajo la gracia divina, pero niegan su Inmaculada Concepción y su Asunción. Debo confesar que hasta hace muy poco, hasta antes de la escritura de este artículo, pensaba que el dogma de la Inmaculada Concepción se refería a la concepción de Jesús y no a la de María, preservada del pecado original desde el vientre de Santa Ana, su madre. Existen quince (o catorce, según se reconozca o no el estatuto a la Iglesia Ortodoxa en América) iglesias ortodoxas autocéfalas, es decir, que poseen la capacidad de nombrar sus propios obispos (incluyendo el patriarca, arzobispo o metropolitano que la encabeza) y de resolver sus problemas internos sin necesidad de acudir a ninguna autoridad superior. Su Suma Santidad Bartolomé, arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma y Patriarca Ecuménico, es el líder espiritual de casi trescientos millones de fieles en el mundo. Visita por tres iglesias ortodoxas de ParísCon la gran ola de emigración rusa de los años veinte y treinta, en los barrios parisinos, principalmente en el distrito 15, se construyeron pequeñas iglesias ortodoxas que, junto con la catedral San Alejandro Nevski y otros templos edificados posteriormente, constituyen, además de un lugar de culto para los miles de feligreses rusos, serbios y búlgaros de la región parisina, un inestimable tesoro artístico. Quien ya haya visitado la capital francesa y busque escaparse de los circuitos turísticos se quedará sorprendido al descubrir sitios que nunca hubiese imaginado. Catedral San Alejandro NevskiEn 1847, el capellán de la Embajada rusa pidió al Zar Alejandro II autorización para comprar un terreno donde se pudiera erigir una verdadera iglesia. Este dio su visto bueno y Napoleón III aprobó los planos que le presentaron dos arquitectos de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo. La iglesia, convertida en catedral en 1922, se inauguró en 1861. La administración francesa la declaró monumento histórico en 1983. De estilo neobizantino moscovita, el edificio ocupa una superficie de 28m x 28m en forma de cruz griega, cuyos brazos terminan en ábside (parte abovedada y comúnmente semicircular que sobresale en las fachadas). Por encima de ellos se elevan cinco torres con remates puntiagudos en forma de flecha (agujas), ornados de bulbos dorados sobre los que se levantan a su vez sendas cruces ortodoxas. El número cinco es simbólico. La aguja central representa a Cristo, Jefe de la Iglesia, las otras cuatro simbolizan los evangelistas que se encargaron de expandir la Buena Nueva. Tres travesaños horizontales cortan el eje vertical de la cruz. El del medio recibe las manos del Cristo crucificado y el inferior sus pies; el superior recuerda la tablilla con la inscripción “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Según la tradición ortodoxa, los pies de Cristo no fueron atravesados por un solo clavo, como en la católica, sino uno en cada pie. El interior de la catedral ostenta una rica ornamentación a base de espléndidas pinturas y de un admirable iconostasio. Se denomina así a la mampara con imágenes sagradas pintadas que lleva tres puertas, una mayor en el centro y otra más pequeña a cada lado, y aísla el presbiterio y su altar del resto de la iglesia. Cabe observar que la Ortodoxia no admite estatuas dentro de los templos porque los paganos también las tenían en los suyos. Aceptan exclusivamente los íconos, imágenes religiosas que suelen pintarse en un soporte de madera y que carecen de un espacio tridimensional. En esta iglesia se han celebrado funerales y matrimonios famosos, entre estos últimos, en 1918, el de Picasso con la bailarina rusa de ballet Olga Khokhlova. Iglesia San Serafín de SarovResulta imposible imaginar que tras la puerta del número 91 de la calle Lecourbe, en un patio zaguero, rodeada de un exuberante jardín silvestre, se encuentre una minúscula iglesia ortodoxa de madera, coronada por un bulbo de azul intenso. Su construcción, en 1974, en torno a un árbol muerto, le brinda un toque rústico a su interior, asimismo bellamente ornado con íconos. La iglesia lleva el nombre de un monje ruso que vivía en una ermita en medio del bosque. Los domingos, después de la liturgia, los feligreses se reúnen para conversar y tomar un café. Iglesia San SergeiEste edificio es igualmente invisible desde la calle. Después de pasar una puerta cochera, un camino escarpado y zigzagueante conduce a la cima de una pequeña colina, donde, entre frondosos árboles, se levanta una hermosa iglesia de dos pisos construida en ladrillo visto y cuyos porche y escalera exterior de madera, sobrepuestos posteriormente, están pintados en naranja, verde y blanco. No posee bulbo porque originalmente era una capilla protestante que la Iglesia ortodoxa compró el 18 de julio de 1924, día de San Sergei, según el calendario juliano. A la sala principal de culto se accede por la mencionada escalera. Pinturas al fresco, que representan a los defensores de esta fe, cubren la fachada principal. Dimitri Stelletski, un reconocido pintor del movimiento artístico Mir iskousstva, realizó la decoración interior. La mezcla de los íconos, las velas y los inciensos con los vitrales y la arquitectura occidental le confieren a este templo una atmósfera especial. En el costado derecho de la iglesia se construyó una suerte de torre de cemento con el inconfundible bulbo azul, para proteger un carrillón, conjunto de campanas tradicionales. Si mientras visita alguna de estas iglesias le toca asistir a una misa ortodoxa, una celebración realmente excepcional, no olvide santiguarse de derecha a izquierda. Otros atractivosClaro está que la presencia rusa en París no se limita a las iglesias. Existe un cine-club enteramente consagrado al cine ruso y soviético, que funciona desde hace 58 años. A orillas del Sena, con vistas a la Torre Eiffel, se encuentra el Conservatorio Sergei Rachmaninoff, creado en 1923 por antiguos profesores de la era zarista en exilio, entre ellos el propio Rachmaninoff, célebre compositor, pianista y director de orquesta. En el cementerio ruso de la comuna Sainte-Geneviéve-des-Bois (Departamento de Essone, al sur de París) se hallan enterradas numerosas personalidades: el príncipe Félix Youssoupoff, el escritor Ivan Bounine (Premio Nobel de literatura en 1933), el cineasta Andrei Tarkovski, el bailarín estrella Rudolf Noureyev. Su tumba está recubierta de un mosaico de colores vivos y con motivos geométricos, que imita el diseño de un tapiz Kilim, muy apreciado por el artista. Museos, monumentos, librerías, asociaciones, galerías de arte, restaurantes, locales comerciales, además de los lugares ya mencionados, nos hacen descubrir y gozar de un París con un toque de fragancias rusas.