Esa pasión acumulada, muchas veces durante años, de la que cuesta deshacerse por orgullo o rabia, puede llevar al odio, al desquite y a acciones violentas.No figura entre los pecados capitales, pero es tal vez el más grave de todos. Más que la ira, más que la envidia, la gula o la soberbia. Solía decirlo el español Miguel de Unamuno en su obra Del sentimiento trágico de la vida. Y lo hacía para referirse a esa pasión que vive en algunos seres humanos, que crece, se concentra y puede conducir a acciones inimaginables: el resentimiento.La palabra resulta cotidiana, pero va más allá del léxico diario. Está en las acciones que vivimos en la casa, percibimos en la calle o en los cientos de casos que llegan a través del periódico o la televisión.“Solía resentirme con mi pareja cuando decía frases hirientes o hacía las cosas solo pensando en su beneficio, no en el de los dos, era egoísta”, cuenta Adriana, una estudiante de ingeniería de 28 años que tras cinco de matrimonio decidió divorciarse. Los resentimientos mutuos con su pareja terminaron en acciones de desquite y, finalmente, en la separación.La psicóloga Rocío Álvarez establece diferencias en los casos deresentimiento. Puede originarse, por un lado, como una manera de hacer ver al otro que está obrando mal y ponerle un pare. En este caso, el problema debería solucionarse con una conversación en la que se expongan los motivos que resintieron a la otra persona.Paquita Brito, psicóloga clínica y terapeuta, explica que el grado de resentimiento depende de las personas y las situaciones. “A uno le puede resentir que no le llame y a otro no. Cada persona tiene su nivel de tolerancia, depende del desarrollo psicoafectivo”, indica ella.A Luis, por ejemplo, solía resentirle que su pareja prefiera irse con su familia un domingo en lugar de pasar juntos. Él asumió una actitud quemeimportista y optó por irse a jugar fútbol cuando ella hacía planes para salir. Así empezaron las discusiones.“Esas acciones de mi pareja me resienten, pero no siempre se las digo, hasta que yo hago algo similar para que se percate y terminamos peleando porque salen a flote los reclamos”, dice Luis, licenciado en comunicación de 25 años.Pero el resentimiento no siempre sale a relucir como en su caso y puede acumularse en el interior del ser humano, dañar la personalidad hasta volverla destructiva. “Las agresiones del ambiente, sobre todo cuando son tan tremendas (…) producen esa fermentación de las pasiones que estalla cuando menos se espera en formas arbitrarias de la conducta y que se llama resentimiento”, señala el médico y escritor madrileño Gregorio Marañón en su libro Tiberio: historia de un resentimiento.En la obra, que hace un estudio de la personalidad, Marañón define el resentimiento como una pasión que, además, tiene mucho de impersonal y de social porque quien la causa no es necesariamente un ser humano sino la vida misma, la suerte o la mala suerte.Es lo que comúnmente llamamos resentimiento social, indica el sociólogo Marcelo Martínez. “La persona siente que la sociedad no le ha dado las oportunidades y al no ver satisfechas sus necesidades y no poder resolverlas comienza a acumular frustraciones, que luego se convierten en resentimientos".Por lo general, son pasiones que se han acumulado desde la niñez y que, incluso, pueden haberse heredado por sufrimientos en el hogar. “Muchas veces se habla de tener cosas y al no tenerlas o poderlas tener (sean materiales o del hogar, como contar con una familia completa) se transmite ese sentimiento de frustración”, indica Rocío Álvarez.A todo nivelEl resentimiento también puede verse generalizado en la población. Y percibirse aun en acciones frecuentes, como marchas, protestas callejeras y quema de llantas. Las escenas son cotidianas en nuestro entorno nacional.La inseguridad, por ejemplo, puede crear un resentimiento, cuando los habitantes se sienten relegados porque la Policía o los organismos encargados no han hecho nada para controlarla. “A veces ocurre que equivocadamente se toma justicia por propia mano, como una reacción de la población producto del resentimiento”, indica Martínez.No es el único caso. La migración es otra arista actual en el problema. Los adolescentes que se quedaron al cuidado de sus abuelos enfrentan un abismo generacional, en el que se resisten a las reglas impuestas y buscan en la bebida, la violencia (a veces dentro del hogar) o el desenfreno un aliciente.“Son adolescentes que se sintieron abandonados, resentidos con su entorno y que de paso tienen plata porque es lo único que reciben de sus padres y hacen lo que les provoque”, señala el psiquiatra y psicoterapeuta Rodolfo Rodríguez Castelo.Otro escenario: el trabajo. Es un ambiente que genera competencia y logros entre los seres humanos, pero también frustraciones, desencantos y resentimiento. Es frecuente que algún trabajador considere que no ha recibido las mismas oportunidades para desarrollarse, pero si es un hombre resentido lo tomará como algo personal. El psiquiatra Fabrizio Delgado señala que el resentido siente que existen actitudes negativas hacia él (porque no fue promovido para algún cargo, por ejemplo) y eso lo hace protegerse con una coraza para aislarse o desarrollar actitudes hostiles hacia los demás.Hay quienes como Carlos, un programador de sistemas de 34 años, decidieron no hacer esfuerzos en su trabajo ni colaborar más allá de lo que le solicitan. Ni hablar de quedarse más tiempo del establecido en su jornada. Dice que se cansó de esperar durante años un ascenso en retribución a su buen desempeño. Él cree que es mal visto por algunos jefes por ser frontal cuando no está de acuerdo con algo. “Mis consideraciones para con la empresa se acabaron, lleva gente nueva y la asciende por compromisos, así que solo cumplo con lo que me encargan”, indica él.El castigo o el desquite son dos armas que suele usar una persona resentida, porque es la manera que encuentra de liberar su enojo. “Hay personas que tienen remordido algo dentro de sí. Y eso hace que piensen que todos están contra ellos. Si es así pueden llegar a ser peligrosos porque da vueltas en sus cabezas y buscan un desquite”, dice Rodríguez.Los estados más graves llegan a generar incluso crímenes o persecuciones. “Hay grandes líderes que parecen revolucionarios y han buscado llegar ahí por su resentimiento”, señala él, aunque luego lleguen a convertirse en verdugos.Son consecuencias de cuando esa pasión acumulada se conjuga con el poder y el triunfo. Marañón aborda estos comportamientos en su libro a través de la historia del emperador Tiberio. Y proporciona características adicionales en el comportamiento de un resentido, como un permanente estado de insatisfacción.No alcanzan una felicidad real porque viven con frustraciones o con una carga de escenas pasadas que le han impedido desarrollarse, pese a sus capacidades o inteligencia. “La persona que no puede solucionar los sentimientos negativos, es una persona que sufre, que no tiene el campo abierto para crecer”, dice la doctora Brito.La clave, coinciden los especialistas, es ayudarle a que exprese sus emociones y no las reprima. Y en ello la psicoterapia es una opción porque permite al afectado liberarse de todos esos sentimientos que lo agobian, sin cuestionamientos ni consejos.Hay una posibilidad mejor, aunque más compleja: tratar de identificar el resentimiento en la niñez. Es una tarea en la que cada gesto o expresión de los chicos cuenta. “Niños con puños cerrados, que son bravos por cualquier cosa quiere decir que pasa algo. Lo peor que se puede hacer es reírse de ellos o burlarse”, indica Rodríguez. Hay que dar la oportunidad de hablar y ser escuchado; ser solidario porque, como dice Marañón, es su única medicina.