Para este inglés con una familia de ilustres personajes, la aproximación científica tiene que ver con la sensibilidad ecológica. Teniendo a Charles Darwin como tatarabuelo y a John Meynard Keynes (el famoso economista que defendió la intervención del Estado en la economía) por tío abuelo, Randal Hume Keynes podría haberse dedicado a vivir del homenaje ajeno y del aplauso prestado. Sin embargo, “quería hacer mi propia vida”, explica. Su propia vida transcurrió durante muchos años en el norte de Irlanda, como servidor civil del Ministerio de Defensa inglés para esta convulsionada zona que hace parte del Reino Unido, donde en los años setenta, según cuenta Keynes, los asesinatos se sucedían cada día o pasando un día. Eran los tiempos del IRA (Ejército Republicano Irlandés, que abandonó la lucha armada en el 2005). Luego, una vez de regreso a Londres, cuenta Randal que fue su afición por los edificios históricos la que lo llevó a indagar en la vida doméstica de su tatarabuelo. Se enteró de que iban a restaurar Down House, la casa donde Charles Darwin pasó los últimos años de su vida, y Randal ofreció su colaboración “debido a mi interés en los edificios antiguos y porque tal vez podía ayudarles con alguna información sobre la vida familiar de Darwin”. Esta casa, ubicada en las afueras de Londres, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cuenta Randal que cuando estaba hurgando en los materiales sobre la vida familiar encontró súbitamente una caja que luego lo inspiraría a escribir el libro La caja de Annie: Darwin, su hija y la evolución humana, publicado en el 2001 por la editorial Random House y traducido a ocho idiomas, entre ellos el español, por la editorial Debate, pero que está agotado desde hace algunos años. “Era una caja de dibujar y había algo en ella a lo que creo que nadie había prestado mucha atención: una hoja doblada escrita con la caligrafía de Charles Darwin. Eran las notas que él escribía cada mañana y cada noche sobre el tratamiento que daba a Annie durante su último mes de vida. Era evidente que intentaba desesperadamente mantenerla con vida y encontrar la cura para salvarla. Pero no lo logró y esta fue una experiencia terrible para él”. Annie fue la primera hija de Darwin y sin duda su favorita. Aparentemente la tuberculosis causó su muerte a la edad de 10 años, cuando él tenía 42, y esto, según Randal, fue definitivo en sus pensamientos sobre la naturaleza humana. “Se dio cuenta de qué tan profundos son los vínculos entre esposo y esposa, padres e hijos, y cómo ellos son parte de nuestra naturaleza. Consideraba que la moralidad humana se desarrolla a partir de los afectos humanos más que de las leyes impuestas por Dios o las autoridades morales. Él consideraba que así como las familias animales son importantes para la supervivencia de los animales, la familia humana es esencial para la supervivencia y el bienestar de la humanidad”. Esta caja sirvió como una especie de “juguete filosófico” a partir del cual Randal reconstruyó buena parte del entorno doméstico de su tatarabuelo, partiendo de otros documentos como la correspondencia entre Charles y su esposa Emma. “Mi queridísima Emma... Annie partió hacia su sueño eterno de la manera más tranquila y más dulce a las doce en punto de hoy. Nuestra pobrecita hija ha tenido una vida muy corta pero confío que alegre, y solo Dios sabe qué penas podrían haber estado aguardándola... Dios la bendiga. Ahora debemos ser todavía más el uno para el otro, mi querida esposa”. ¡El padre de la teoría de la evolución hablando de Dios! Esto, que podría parecer extraño para quienes piensan en blanco y negro, no lo es para Randal. Él considera que “mucha gente inteligente es capaz de reconciliar su fe con su entendimiento de la Teoría de Darwin”, por ello califica de increíble que quienes defienden la teoría del Diseño Inteligente (la creación como un proceso dirigido) sigan tomando los textos bíblicos “como verdades literales”. “Yo solo espero y confío que la gente sabrá reconocer el valor de la aproximación científica. El buen sentido prevalecerá”, opina. Las ocupaciones de su propia vida impidieron que Randal visitara las islas Galápagos hasta el año 2000. Desde entonces las ha visitado cuatro veces, se integró como miembro activo a la Junta de la Fundación Charles Darwin y habla sobre la importancia de su preservación en distintos foros internacionales. “Simplemente me enamoré de Galápagos. Tenía miedo de decepcionarme, pero fue de lejos mejor de lo que esperaba”, comenta. Dice que le gusta especialmente San Cristóbal, que fue la isla a la que Darwin llegó por primera vez. De pronto, su pequeño cuerpo se vuelve más expresivo y su boca se hace risas cuando recuerda su encuentro con dos tortugas, así, en medio del campo, en la parte alta de la isla. “Cuando Darwin estuvo allí escribió en la libreta que siempre llevaba en su bolsillo: ‘Me encontré con una inmensa tortuga y casi no reparó en mí...”. Lo mismo le pasó a él.