Siempre me ha llamado la atención la desproporcionada cantidad de canciones de nuestra música popular cuyas letras hablan de la madre. Y el catolicismo ecuatoriano es esencialmente una  mariolatría,  una religión en la que la figura más invocada es, de largo, María, la madre de Dios. Todas estas son manifestaciones de inmadurez, de alguien que permanece pegado al pecho materno, al que corre a refugiarse cuando se siente amenazado.

Una cosmovisión así tiende, por fuerza, a crear una imagen de la patria como una mujer y más exactamente como una señora, como una mamá. Por eso en esta columna hemos adoptado los términos utilizados por don Miguel de Unamuno para describir la situación psicológica que se daba en la España de su tiempo y que se parece mucho a la que vivimos en el Ecuador. Según la propuesta del filósofo español, sería mejor llamar a este ser “matria” y al sentimiento de amor hacia ella “matriotismo”. Patria quiere decir originalmente tierra de los padres, es decir, un lugar físico, pero con el tiempo su significado se ha extendido a la nación, es decir, al espacio cultural o demográfico al que nos debemos, pero mucho más, gracias a la manipulación de los detentadores del poder, patria se entiende en los hechos como el Estado, como la república y como esta palabra es femenina nuestra república es entonces una señora. ¿O no? ¿Cuándo un artista ha retratado al Estado ecuatoriano, que bien podría, como un señor serio y trabajador?

Otros países reivindican la memoria de los padres fundadores, que aquí no tienen equivalente, nosotros recurrimos directamente a la matria, a la que se identifica con el Estado. Y claro como es una mamá hay que pedirle cosas (subsidios, dádivas) y si se pone terca nos emperramos (hacemos paro y cerramos las vías). Nuestra relación con ella se media con base en las premisas que enumera el ensayista argentino J. I.
García Hamilton: el fracaso como mérito, la mendicidad como derecho y la violencia como recurso. Este sistema político de pataletas, biberones y mimos en el que vivimos, hay que admitirlo, desde la fundación de la república, debería llamarse “maternalismo”. Una vez conseguido lo que no hemos ganado, entonces llegamos al paroxismo y sentimos infinito amor a la matria. ¡Bravo! ¡Mamáaa, mi leeeche!