Los investigadores del caso del austriaco Josef Fritzl, de 73 años, que mantuvo a su hija encerrada 24 años y tuvo siete hijos con ella, reconstruyen los movimientos que este realizó en las últimas décadas para establecer si existen conexiones con otros crímenes.

Poco a poco aparecen nuevos detalles del calabozo donde Fritzl mantuvo a su hija Elisabeth y tres de sus hijos-nietos.

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La prisión estaba compuesta por tres minúsculas cámaras sin luz natural y con mínimo espacio para desplazarse.

El resto de la familia vivía en la parte superior de la casa y Fritzl les tenía estrictamente prohibido ir al sótano.

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El lugar estaba tan escondido que cuando la policía entró no pudo hallarlo. Fue Fritzl el que reveló la ubicación del sótano.

A la cárcel subterránea, de unos 60 m², se ingresaba por un estrecho pasillo que conecta con las habitaciones, una zona habilitada para cocinar y un baño, donde fueron hallados dibujos de niños en las paredes. El acceso no era fácil. La puerta estaba escondida detrás de unas estanterías en el taller de trabajo de Fritzl, en el sótano.

La puerta secreta permanecía cerrada electrónicamente y solo podía ser abierta con un código y un aparato a control remoto que el victimario llevaba consigo todo el tiempo.

El sótano secreto no tenía ventanas. La única conexión con el exterior –además de la puerta de acceso– era un tubo de ventilación. Los tres menores que vivían en el sótano, de 19, 18 y 5 años, nunca habían visto la luz del sol.

No tenían acceso al aire fresco, ni espacio para correr o hacer ejercicios, lo que contribuyó a que su desarrollo se viera extremadamente limitado.

La policía cree que el sótano se cambió a medida que la familia crecía, pero aún es un misterio cómo Fritzl trabajó en la construcción  y mantuvo el suministro de alimentos sin levantar sospechas.