Hasta la mitad del siglo XXI, la popular prenda tuvo acogida en todos los estratos sociales.
Similar a lo que ocurre en esta época con la casi extinguida costumbre de las señoras y señoritas vecinas de nuestra ciudad, quienes al ingresar a los templos católicos jamás olvidaban el velo de tul, gasa, seda o algodón con que cubrían su cabeza, cuello y parte del rostro, el uso del sombrero también perdió vigencia entre ellas y en la población masculina. De allí que ahora es motivo de admiración cuando algún romántico se echa a caminar a las calles y lo hace parte de su vestimenta.
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Durante el siglo XVIII y hasta la década del cuarenta de la centuria pasada, los guayaquileños y residentes de la urbe –incluidos los niños– tuvieron al sombrero como prioritario asistente no solo en la dura jornada de trabajo mientras arreciaba el sol o la lluvia, sino en el momento del paseo cotidiano y del compromiso social y cultural que sugerían distinción y pulcritud. Los artesanos (sombrereros), las fábricas, los comerciantes exportadores e importadores fueron muchos en aquellos años para satisfacer la demanda.
Modelos y locales
En aquellos años de dulce recuerdo tuvieron aceptación los sombreros de pita, paja toquilla, cabuya y las tradicionales tostadas; igualmente los de paño y fieltro. Muchos almacenes los exportaban a países americanos y del Viejo Continente, caso de los de marca Montecristi que impropiamente los bautizaron con el nombre de Panamá Hats. Hubo en Guayaquil sombrererías dedicadas exclusivamente a las damas y los niños de ambos sexos.
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Los artesanos sombrereros gozaron del aprecio de la comunidad; los talleres y fábricas dieron cabida a numerosos obreros. El Almanaque de Guayaquil de 1900 incluye avisos de las sombrererías Universal de J.O. Tonesi, que ofrecía los clásicos sombreros de paja, lana, fieltro y los llamados canotier importados de Inglaterra, Francia e Italia para señoras y niños, y la Americana, con ventas por mayor y menor en la calle Municipalidad Nº 61 frente a la iglesia San Agustín.
Otros establecimientos
Se establecieron posteriormente Emilio Valle, distribuidor de sombreros Eureka (Valle), en Nueve de Octubre 408 al 412, y la sombrerería La Moderna, de David Arias Vivar en Nueve de Octubre 626 al 628. Pedro P. Garaicoa, representante de la marca Caradine para la temporada de playa; Chalhoub Hnos. & Cía., con sombreros pastoras para niñas y de paja para señoritas, niños y niñas, Nácer & Cía., en Pedro Carbo y Diez de Agosto, La Juventud Ecuatoriana de Antonio Begué, en Luque 126 y Pedro Carbo 539-543..
Fueron muy concurridos los establecimientos de C. A. Pérez, en Pedro Carbo y Aguirre; el de Bigalli, en Junín y Riobamba, y la Sombrería Nacional de Inocencio Villalva, en la Av. 2da. Nº 706. La Fábrica Nacional de Sombreros, ubicada en Calixto Romero y Chimborazo, propiedad de Juan Bautista Amat Luna, elaboraba, teñía y arreglaba sombreros de paja italiana, inglesa, tagala y picot de acuerdo con la moda.
Tomás Regato, en Boyacá y Luque, en sus avisos en EL UNIVERSO sostenía que “No tener cabeza significaba no usar sombreros de su sombrerería”. El almacén Barberán, que aún existe en Primero de Mayo y Quito, acumuló prestigio como distribuidor de los sombreros de paja toquilla que llegaban desde Manabí, Cuenca y diversos lugares de la península de Santa Elena.
En definitiva, el uso de este artículo fue muy común en esta urbe y más ciudades y regiones del país, que por su situación geográfica, tradición y trabajo sus moradores aún lo usan y mantienen vigente gracias a sus fábricas, talleres y artesanos. Quién no recuerda todavía entre los cientos de moradores del puerto que usaban sombreros, las figuras de los doctores Obdulia Romelia Luna y Ángel Felicísimo Rojas, quienes tuvieron como inseparable elemento de su vestimenta al sombrero.