Un sábado más en Guayaquil. Son las 12 del día y todavía es temprano para llegar a la playa.
Los buses que van directo a Montaña salen del Terminal Terrestre, igual ocurre con los que llegan a Salinas o a Playas.
Publicidad
A la salida de la vía Perimetral, a la altura de Puerto Azul, los vehículos de CLP y CICA, aminoran la velocidad ante los brazos levantados de cerca de 40 personas que esperan un cupo para llegar a la playa.
El bus para y la gente corre. Los que llegan primero se trepan . El bus arranca y por unos segundos los que no fuimos ágiles -esto incluye mujeres con niños y ancianos- tragamos el polvo, hasta que vemos venir otro transporte.
Publicidad
Esta vez el bus frena y el ayudante del chofer me hace una seña. Hay otras personas que alcanzan la escalerilla primero que yo, pero el hombre me hace un gesto . ¿A mí? , y cuando por fin me subo me dice “Es que usted va sssholita”. En la cabina del bus incluyendo al chofer hay 9 personas. El bus arranca y nos damos cuenta de que no tendremos un asiento, solo la consola y escaleras para intentar sentarnos.
Llegamos al peaje del Km 24; hay un amplio control de la Comisión de Tránsito, perdón, hay presencia de vigilantes y patrulleros. Cuando mi bus se detiene por la orden del vigilante, ya el ayudante y el chofer del transporte han pactado la entrega de un dólar “por si hacen problema”. Se abre la puerta que se ha cerrado 5 minutos antes para dar la impresión de seguridad. “No haga problema jefe”, Y el ayudante en lugar de darle el dinero que tenía listo le dice: “Jefe, con estas bellezas, ¿no va a decir que no nos va a dejar pasar?”.
El vigilante lanza una sonrisa cómplice y yo leo claramente su nombre, la solapa del bolsillo de su blusa dice G DURÁN. A pocos metros está un carro de la Comisión de Tránsito con el número 187.
Una vez pasado el peaje, el ayudante cobra los boletos. Le entrego $3,40 que es el valor del pasaje, y los que viajan conmigo en la cabina hacen lo mismo. Yo pensaba que nos iba a hacer un descuento, dice un hombre de mediana edad. Los amigos del conductor se ríen y no le contestan.
En Progreso se trepan al vuelo los vendedores de papas rellenas, maduros lampreados, humitas, agua, colas. Son 5 o 6, más los 9 que ya estábamos en la cabina. Casi no hay aire para respirar, hace calor y mi reloj marca la 13h00. Los vendedores quieren pasar hacia el corredor del bus, pero hay un obstáculo. El hombre que debería estar sentado en el primer asiento del lado derecho y al lado de la ventana está tirado en el piso. A su lado otro hombre tiene un vaso de plástico y un paquete descartable de vino. ¿Se puede chupar en un bus?, más que eso ¿Es seguro viajar borracho en un bus aunque no sea la persona que maneja?.
El ayudante del conductor carga al anciano borracho para que los vendedores hagan lo suyo. Casi todos compran algo, sobre todo líquidos por el calor.
A estas alturas ya no resisto mi asiento y todavía falta la mitad del camino. Cuando nos acercamos a la entrada de Chanduy varios pasajeros se bajan. Una mujer pide su vuelto del billete de 10 que le dio al ayudante del conductor. “¡Madrecita, ushhté no me ha dado nada!” Indignada la pasajera insiste hasta que recibe su cambio. ¡Baboso!, le grita mientras se aleja.
Por fin, Santa Elena
No hay mayor emoción que llegar a la última elevación de la carretera antes de que aparezca la iglesia de Santa Elena, el mar y al final los edificios de Salinas. El aire se ha vuelto fresco y ahora sí estoy a la mitad del camino.
Mi bus se detiene exactamente bajo el letrero que dice Ballenita, Palmar, Ayanque, Manglaralto, Montañita. Varias personas están esperando el CITUP o Transportes Manglaralto, dos de las líneas que recorren la ruta del sol.
En la intersección de la calle hay varias personas esperando un bus y también dos o tres taxistas que cobran El pasaje solo cuesta $1,50, hasta Montañita, pero dependiendo del cobrador los precios suben y bajan. A los gringos les cobran más, y a los pasajeros habituales menos.
Esta vez logro encontrar un asiento, pero una vez más 10 personas están de pie con sus maletas, canastas de víveres, y alguno que otro animal. Como es imposible que entre una persona más, tres o cuatro estudiantes se trepan al techo del bus que más parece una tradicional chiva.
Y arranca mi chiva con una música rockolera sufridora; uno a uno pasamos los pueblitos alegres, pero abandonados de la costa. Cada uno tiene su olor característico. Me llama la atención uno de ellos. Es Libertador Bolívar. Ha cambiado, hay negocios de artesanía que antes no estaban, pero yo voy a Montaña y ya son las 14h30 de la tarde y tengo que pescar algún rayo de sol.