Hay un lugar, dicen los psicólogos, en que todos somos malos. Un lugar en el que están recluidos los sentimientos vergonzosos, las culpas, los agravios, las emociones irracionales, los malos sentimientos, las puñaladas a la consciencia, los deseos voraces, los anhelos desmedidos y todo aquello que la sociedad tacha, teme y reprime. Cuando alguna vez sale a la luz uno de estos monstruos, se dice que aquella persona mostró su lado oscuro, es decir la bestia que todos llevamos oculta. Esta zona oscura se manifiesta, alguna vez en la vida, tanto en la inofensiva y dulce hermana de la caridad como en los hombres y en las mujeres que creemos irreprochables y modelos de conducta. Alguna vez el ángel muestra que puede ser cruel y capaz de las más abominables acciones, alguna vez hasta Dios podemos sentir que nos abandona.

Esta observación, si ustedes se fijan bien, les puede ocurrir cuando leemos una crónica del periódico o cuando vemos las noticias por televisión. Nuestra mirada sucumbe ante la sorpresa que nos produce la actuación irracional de determinado personaje o cuando vemos la cantidad de odio que pueden almacenar quienes antes creíamos justos. De repente no podemos comprender de dónde salió aquel hombre que asesinó a su mujer con 47 puñaladas cuando todos conocíamos a otro, apacible y razonador, que es el mismo que ahora nos sorprende pero no es igual. O qué pasó con aquella maternal mujer que abandonó intempestivamente a sus hijos, o qué sucedió con aquel sacerdote, casi un santo para su comunidad, que es acusado abruptamente de pedófilo para sorpresa de todos.

La zona oscura es el lugar en que se revuelca la podredumbre y el miedo, el animal que aún se debate en nuestro interior y que de repente suelta sus amarras para mostrarle a todos sus colmillos sanguinarios. A veces, es posible cuando las acciones son muy graves, apresarle y controlarle; pero la mayoría de las veces la zona oscura emerge en pequeños destellos en la vida cotidiana. Esa cajera, por ejemplo, que sonríe malignamente cuando anuncia a la interminable cola que  no hay sistema. Esa alegría en los ojos de algunas personas cuando se enteran de las desgracias o de la muerte de otros. Esa sonrisa en el pagador que anuncia que no están listos los cheques a los apurados jubilados.
Ese afán de horas y esa energía concentrada para desperdigar chismes, manchar la reputación de otros, calumniar e inventar. Ese goce en el dolor y en la destrucción.

Lo terrible y lo triste es cuando encontramos manifestaciones de esa zona oscura en los espacios vitales en que debe primar la luz: en la educación y la espiritualidad. Ese maestro que se sirve de su autoridad para abusar y corromper a sus estudiantes. Esos niños que sufren humillaciones y maltratos de algún profesor que descarga en ellos sus frustraciones y amarguras disfrazándolas de buenas intenciones. Aquellas figuras religiosas, como la de algunos sacerdotes de los Estados Unidos, que se sirvieron de su poder para seducir y pervertir a sus más inocentes y jóvenes feligreses. Entonces es la sociedad la que sufre la embestida de las pasiones, la sociedad que es objeto de la desmedida violencia de la zona oscura. La sociedad que perece en la oscuridad de las cavernas.

Cuando las personas y la sociedad entera ponen un bozal a la bestia que todos llevamos dentro, domestica a las fuerzas irracionales y las coloca al servicio de la razón y las nobles causas, es cuando realiza lo mejor, lo más digno, desarrollado y altruista que tenemos los seres humanos.